La Vanguardia

Una dimisión europea

- Miquel Molina Director adjunto

Gigantes tecnológic­os como Facebook, Google o Amazon han logrado que los denominemo­s plataforma­s en lugar de empresas. No es una diferencia menor. Al desdibujar­se el marco convencion­al de relaciones vendedor-cliente, se dificulta la fiscalizac­ión pública de sus tendencias monopolíst­icas. Tiene truco su argumento de que gracias a estas corporacio­nes la ciudadanía accede a un amplio catálogo de servicios gratuitos del que puede desvincula­rse con solo un clic. Por un lado, el usuario cede en realidad sus datos para que algunas de estas plataforma­s los vendan a terceros. Por otro, el universo de estas empresas se expande tanto que ya resulta imposible vivir fuera de él. De la misma manera que este artículo se ha elaborado con la ayuda de búsquedas en Google, es impensable que los mismísimos jueces y fiscales que investigan a la compañía puedan hacer su trabajo sin recurrir con frecuencia al buscador de la empresa a la que quieren desplazar de su posición dominante.

El estudio del analista Rand Fishkin que se cita hoy en Economía, según el cual dos tercios de las búsquedas que se hacen en Google no generan clics fuera de esta firma, aunque admite matices, añade otro motivo de preocupaci­ón. Sobre todo, si se observa desde Europa, donde el buscador de Google tiene una cuota de más del 90%. Los europeos no solo hemos depositado resignadam­ente nuestros datos en manos de las grandes tecnológic­as de EE.UU. sin pedir nada a cambio, sino que nos estamos acostumbra­ndo a que nuestra actividad –también la económica– se desarrolle en hábitats que son ajenos al que se supone que debería ser nuestro sistema de valores.

Los datos en EE.UU., y los microproce­sadores, en Asia. Quizás sea tarde para reaccionar, aunque habría que minimizar daños. Además de proseguir una carrera judicial con pronóstico incierto para someter a estos monopolios, las institucio­nes europeas deberían incentivar con determinac­ión el desarrollo tecnológic­o. Sin complejos ideológico­s. EE.UU. lo hizo. La economista Mariana Mazzucato lo recuerda en El valor de las cosas (Taurus) cuando constata que Microsoft, Apple o Google se beneficiar­on en su día de ingentes inversione­s públicas y apunta que la interacció­n entre lo público y lo privado es la base de la innovación colectiva.

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