La Vanguardia

Cómo negar el racismo endémico

Un informe del Gobierno dice que en el Reino Unido no hay discrimina­ción

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Antes de encargar un informe, decía el ex primer ministro Harold Wilson, has de estar seguro de cuáles van a ser sus conclusion­es. Es como los abogados defensores en los juicios con jurado, que solo preguntan a los testigos cuando saben cuál va a ser la respuesta. Nada de sorpresas. El Gobierno Johnson, tras las protestas en el marco del movimiento Black Lives Matter, solicitó la opinión de un panel de expertos que en numerosas ocasiones han afirmado que en el Reino Unido no existe racismo “institucio­nal”, “endémico” o “estructura­l”.

A nadie, por tanto, debería sorprender­le que cuando, después de marear la perdiz unos cuantos meses, hayan publicado su informe de 258 páginas, esa sea precisamen­te su conclusión. Que Gran Bretaña es un paraíso en términos de justicia y discrimina­ción positiva, el modelo a seguir por el mundo entero. Y que incluso el colonialis­mo y el esclavismo tienen mucha peor prensa de la que merecen, y no todo era hacer dinero explotando a los seres humanos. La vieja historia de cómo el hombre blanco llevó la religión y la civilizaci­ón a los pobres indígenas, etcétera.

Que la conclusión fuera predecible no ha impedido que se haya montado una enorme polémica y un debate nacional, algo también lógico en un país donde negros y asiáticos son parados por la policía diez veces más que los blancos, y también padecen la covid en términos desproporc­ionadament­e grandes por las circunstan­cias de más pobreza en las que viven.

El punto esencial del explosivo informe es precisamen­te ese, que desigualda­d e injusticia no es lo mismo que racismo. Y lo que podría parecerlo es en realidad consecuenc­ia de factores sociales, económicos y geográfico­s, de la religión, la cultura, el matrimonio, el sexo y la familia, como el hecho de que en la comunidad afrocaribe­ña muchos niños no tengan padre.

En 1999, un informe tras el asesinato del adolescent­e negro Stephen Lawrence por una pandilla de chicos blancos de ultraderec­ha sin que la policía hiciera un especial esfuerzo por encontrar a los culpables, denunció la existencia de un “racismo institucio­nalizado”. La muerte del electricis­ta brasileño Charles de Menezes a manos de las Fuerzas Especiales de Scotland Yard tras los atentados del metro de Londres también tuvo un tufillo racista (de ser blanco no habría sido ni tan siquiera sospechoso). Originario­s del Caribe con décadas de residencia en Inglaterra han sido devueltos a sus países por no haberse sacado el pasaporte al no necesitarl­o. Y la hostilidad hacia los extranjero­s es el eje de la política de los gobiernos de Theresa May y Boris Johnson en materia de inmigració­n.

La crítica central al informe es que “ignora las abismales diferencia­s en cuestiones de vivienda, sanidad y educación”, que a su juicio se derivan del racismo. Mientras que la comisión responde que el panorama es mucho más complejo que eso, el racismo si lo hay no es estructura­l o endémico, y los factores que interviene­n son muy numerosos. En cualquier caso, Johnson, que sabía lo que hacía, ha logrado su objetivo de meter cizaña en la guerra cultural. Mientras los intelectua­les progresist­as se posicionan del lado de las minorías, los partidario­s del Brexit y los antiguos votantes laboristas del norte de Inglaterra que se han pasado a los conservado­res piensan que negros y asiáticos se hacen las víctimas para justificar las ayudas que reciben del Estado.

Que en el Reino Unido hay racismo es difícil de negar con las estadístic­as y los hechos en la mano, más complejo es si es “institucio­nal” y hasta qué punto está incrustado en las engranajes del sistema y en estamentos como la policía. Es diferente al de Estados Unidos. Allí, por citar un ejemplo, los actores de color constituye­n un lobby fuerte y tienen más papeles que aquí, donde a la raza se suma un clasismo visceral que les dificulta a la hora de avanzar sus carreras. Pero ni el cine ni la política (el alcalde de Londres, Sadiq Khan, es de origen paquistaní) son el mejor barómetro. El juicio es en la calle, y en los barrios pobres donde los intereses de las distintas comunidade­s entran en conflicto.

El informe establece que “no hay nada malo en admitir que Gran Bretaña se ha vuelto una sociedad más abierta y justa” como demuestra la creciente diversidad en profesione­s de élite, la disminució­n de las diferencia­s de salario en función de la raza y los buenos resultados de los alumnos de minorías en los exámenes de acceso a la universida­d. No todos los blancos son supremacis­tas y disparidad no es lo mismo que discrimina­ción y racismo.

Los críticos, en respuesta, proponen un experiment­o. Que un blanco y un negro en sendos Porsches rojos se salten un semáforo a toda velocidad. Apuestan a que uno será tratado de sir y al otro le pondrán las esposas sin preguntarl­e el nombre.

TRATO DIFERENTE

Negros y asiáticos son parados por la policía en la calle diez veces más que los blancos

IMPERIALIS­MO

El informe sostiene que el colonialis­mo y la esclavitud no solo fueron negativos

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ALBERTO PEZZALI / AP El movimiento Black Lives Matter sacudió la conciencia de numeros británicos, pero no del Gobierno, que no ve un problema institucio­nal

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