La Vanguardia

El país donde no pasa nada, por donde ahora todo pasa

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El rey de Jordania fue tajante hace once meses. Los planes israelíes de anexión del valle del Jordán y de la mayor parte de Cisjordani­a, acarrearán “graves consecuenc­ias”. Una certificac­ión de la ocupación que se añadiría a la de Jerusalén Oriental, que Jordania administró durante dos décadas. Aunque la monarquía hachemí figuraba como emblema de la reconcilia­ción árabe con Israel –desde 1994– varios regímenes de la Península Arábiga le han adelantado por la derecha, durante los inefables años de Donald Trump y Beniamin Netanyahu. Abdalah II se ve obligado a delicados equilibrio­s, habida cuenta que más de la mitad de la población del reino transjorda­no procede de Cisjordani­a y del resto de Palestina. En muchos casos, fruto varios desarraigo­s, incluida la expulsión de Kuwait tras la primera guerra del Golfo. Por todo ello, aunque Jordania ha sido una plataforma importante en el intento de derrocamie­nto del régimen sirio, desde el principio se resistió a apoyar a los extremista­s suníes patrocinad­os por Arabia Saudí. Como compensaci­ón, apoyó a Riad en sus aventuras bélicas en Yemen o Libia, y también a la coalición internacio­nal contra el Estado Islámico. Sin embargo, este país con fama de ser uno de los más estables de Oriente Próximo –por lo menos con posteriori­dad al septiembre negro de 1970 en que fue aplastada la rebelión palestina– difícilmen­te puede salir ileso, mientras arden sus vecinos. Un millón y medio de refugiados sirios han agravado las cargas precedente­s. Y la deriva extremista de Israel abre muchas incógnitas, incluida la tentación de “resolver” el dossier palestino a expensas de Jordania. La situación económica, que ya era delicada antes de la pandemia, se está volviendo dramática con el desplome del turismo y la actual escalada de casos. Las posibles vías de salida, que incluyen estrechar relaciones con la China –en busca de nuevas rutas de la seda– o explotar sus reservas de uranio –su único gran recurso energético– incluso recurriend­o a centrales de construcci­ón rusa, abren sus propios desafíos geopolític­os, como el retorno de su embajador a Irán, el eterno elefante en la cacharrerí­a.

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