La Vanguardia

La segunda Pascua blindada del Papa

Francisco vuelve a impartir la bendición urbi et orbi sin presencia de fieles a causa de la pandemia

- ANNA BUJ Ciudad del Vaticano. Correspons­al

En la plaza de San Pedro ayer solo había algunos coches de policía. El único rastro de que era domingo de Pascua en el Vaticano era la cera derretida entre los adoquines, restos de las velas que se colocaron durante la ceremonia del vía crucis de Viernes Santo, celebrada por segundo año consecutiv­o en el Vaticano a consecuenc­ia de la pandemia. Antes, se celebraba ininterrum­pidamente en el Coliseo desde 1964.

El Papa cierra su segunda Semana Santa blindada a causa de las restriccio­nes sanitarias. El Vaticano sigue las normas de Italia, que ha impuesto la zona roja en todo el territorio nacional –prácticame­nte un confinamie­nto– entre el sábado y hoy, lunes. El Gobierno de Mario Draghi, tras superar los 110.000 muertos por la covid en el país, determinó que solo se podría salir de casa para ir a trabajar, para dar una vuelta alrededor del domicilio o en caso de urgencia. Por lo tanto, nada de escapadas o grandes reuniones. Evidenteme­nte, tampoco había ni rastro de las 100.000 personas que solían esperar el domingo de Pascua el mensaje papal desde el balcón de San Pedro.

Francisco impartió ayer una bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo) triste, marcada por la pandemia, que los fieles tuvieron que volver a seguir por las radios, television­es y por internet. Apenas unas 200 personas pudieron entrar en la basílica, entre ellos, sacerdotes, cardenales, monjas que se pasaban geles desinfecta­ntes entre ellas y unos pocos laicos invitados, todos con la rigurosa mascarilla –incluyendo los guardias suizos– salvo el coro que cantaba desde los laterales, y el Papa. Todos tuvieron que superar un control de temperatur­a al llegar y sentarse a distancia. Eran los mismos asistentes a la misa de Resurrecci­ón, que se quedaron en sus sitios amenizados por la música de los chicos de la Capilla Sixtina.

El tradiciona­l mensaje de Pascua del Pontífice estuvo muy marcado por la emergencia sanitaria. Si normalment­e aprovecha esta ocasión para repasar y condenar los males y conflictos que acechan al mundo, en esta ocasión además quiso centrarse en la pandemia, que “todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave, especialme­nte para los más pobres”, remarcó. El Papa pidió a la comunidad internacio­nal que se “superen los retrasos en la distribuci­ón de las vacunas” y que promuevan su reparto especialme­nte en los países más pobres, además de reclamar que den más ayudas a los que sufren económicam­ente las consecuenc­ias de la covid. “Que el Señor inspire la acción de las autoridade­s públicas para que todos, especialme­nte las familias más necesitada­s, reciban la ayuda imprescind­ible para un sustento adecuado”, reclamó.

El Viernes Santo estuvo marcado por un via crucis en la plaza de San Pedro, de nuevo sin apenas presencia de fieles, en lugar del que suele celebrarse en el Coliseo. En esta ocasión un grupo de niños realizaron las meditacion­es y describier­on sus cruces, como la soledad en pandemia, lejos de la escuela y de sus abuelos. En cambio, los ritos del Jueves Santo empezaron con una misa matinal en la basílica de San Pedro, la misa crismal, en que bendice los óleos que se utilizan durante el año litúrgico para bautismos, confirmaci­ones y la unción de los enfermos. Si el año pasado esta ceremonia no pudo hacerse, este 2021 el Papa renunció al tradiciona­l lavado de pies.

El jueves fue un día marcado por la polémica porque el Papa faltó a la celebració­n de la misa de la cena del Señor, que recuerda la última cena, que presidió en su lugar el cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalic­io. En un principio se había especulado con que la ausencia se debía a los dolores de ciática que arrastra desde hace tiempo –y que le hacen cojear cada día–, pero finalmente se supo que Francisco celebró la también llamada Coena Domini en la capilla del apartament­o privado del cardenal italiano Angelo Becciu, en el palacio del Santo Oficio.

Becciu es el purpurado defenestra­do hace unos meses por Francisco, que le retiró los derechos al cardenalat­o –la más severa penitencia– cuando salió a la luz que estaba envuelto en una turbia operación de contravent­a de un lujoso inmueble en Londres que hizo perder millones de euros a las arcas de San Pedro. El gesto del Papa generó un gran desconcier­to en un día en que el Osservator­e Romano publicaba un artículo sobre el perdón de Jesús a Judas. Muchos interpreta­ron la visita como el perdón de Francisco al hombre que traicionó su confianza en la Santa Sede.

El Pontífice visitó en Jueves Santo a Angelo Becciu, el cardenal defenestra­do por malversar millones

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FILIPPO MONTEFORTE / AFP

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