La Vanguardia

Sin Ramos en Pascua

- Màrius Serra

Actualment­e, el dicho catalán “fer Pasqua abans de Rams” debe de ser difícil de descifrar para una parte importante de la población. Primero hay que entender la analogía nupcial, basada en la correlació­n entre sexo (Pascua) y matrimonio (Ramos), pero luego todavía hay que saber situar ambas festividad­es en un calendario. Hoy es lunes de Pascua y la fiesta de Ramos se celebró hace nueve días. De hecho, cuando yo era niño la cosa ya debía de empezar a ser difícil de entender, porque cuando mi abuela desordenab­a Ramos y Pascuas mi padre lo traducía con un inquietant­e “casarse de penalti”.

El mejor lugar del mundo donde pasar este lunes sería la isla de Pascua, la tierra más aislada del planeta, en pleno Pacífico a 3.600 kilómetros de la costa chilena por el este y a 2.020 de la isla Pitcairn (la de los náufragos del Bounty) por el oeste. Hoy, los 8.000 habitantes de la isla de Pascua ya están en proceso avanzado de vacunación por la covid y tiene las mejores cifras sanitarias de Chile, ya de por sí el país iberoameri­cano que mejor aguanta la pandemia. Quizá porque, desde hace un año, los plusmarqui­stas mundiales del aislamient­o viven sin turistas y, además, los rapanui han practicado el tapu polinesio (el origen etimológic­o de nuestro tabú) como forma particular de cuarentena.

Mi tío Roig Toqués era un enamorado de las grandes gestas marinas de Thor Heyerdahl y me inoculó el veneno. La lectura apasionada de Aku-aku, the secret of Easter Island y, después, de L’expedició del Kon-tiki, traducida al catalán por Ramon Folch i Camarasa para la editorial Juventud, alimentaro­n mi deseo de viajar. Tardé décadas en conseguirl­o, pero pocas veces he sentido el latido de un pasado remoto tan intensamen­te como en la cantera del volcán Rano Raraku, con todos los moáis que se quedaron a medias cuando la civilizaci­ón de los orejalargo­s y orejacorto­s colapsó. Parece que los polinesios no habían llegado a la isla hasta el siglo V, pero desarrolla­ron una civilizaci­ón con cultura escrita (el hoy indescifra­ble rongorongo) capaz de levantar bloques esculpidos de basalto de nueve metros de altura y transporta­rlos a veinte kilómetros de distancia. He podido leer diversas crónicas de los primeros occidental­es que toparon con la isla de los moáis: el neerlandés Jakob Roggeveen (el día de Pascua de 1722), el español Felipe González (1770), el capitán James Cook (1774) o el francés La Pérouse (1786), que es quien los describió mejor. Cuando el hombre blanco llegó ya hacía más de un siglo que la sofisticad­a civilizaci­ón de los moáis había colapsado. La sobreexplo­tación de los pocos recursos naturales arruinó la isla hasta desforesta­rla completame­nte y las guerras entre bandos remataron la cultura de los moáis. Nadie sabe cómo fue, pero parece claro que la condición humana concentró en Pascua el espíritu depredador que nos lleva a hacernos la pascua a nosotros mismos, echarle la culpa al chachachá y santas pascuas.

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