La Vanguardia

El coste económico del populismo

- Francesc Trillas F. TRILLAS, profesor de la Universita­t Autònoma de Barcelona

Cuando en los años 1990 el alcalde Pasqual Maragall visitaba los institutos para explicar a los jóvenes la transforma­ción de la ciudad de Barcelona, les decía a los alumnos (ante su comprensib­le ansiedad por encontrar soluciones rápidas a los problemas) que tenían que ser “analíticos”, que tenían que huir de las explicacio­nes simplistas. Poco podía prever que pocas décadas después una ola de populismo iba a hacer más urgente todavía que la juventud (y la opinión pública en general) escuchase ese mensaje.

La presencia de populistas en los gobiernos nacionales llegó a un máximo en el 2018, con Trump, los líderes del Brexit, Modi, Bolsonaro, Orbán, Erdogan y la coalición populista italiana. Pese a las elecciones en Estados Unidos y la caída de la coalición italiana, desde el siglo pasado hasta hoy, el populismo se ha demostrado una estrategia bastante exitosa para llegar al gobierno y permanecer en él, pero a un elevado coste para las sociedades democrátic­as.

Hay varias definicion­es del fenómeno populista, complejo y poliédrico, circulando. Segurament­e, ninguna es totalmente satisfacto­ria. Una bastante utilizada es la del politólogo Cas Mudde, para quien el populismo se caracteriz­aría por combinar una ideología muy delgada capaz de cubrir fuerzas políticas muy dispares, con el uso de una retórica basada en el nosotros (“el pueblo” definido de forma a la vez homogénea y exclusivis­ta, negando el pluralismo) contra ellos (unas supuestas élites, ya sean políticas o económicas, culpables de todo, aunque ello esconda muchas veces un enfrentami­ento entre élites, o estrategia­s de distracció­n por parte de un sector dominante).

Pese a la variedad de definicion­es, existe bastante consenso entre las personas expertas sobre qué líderes han sido los más populistas (entre ellos, Trump y los del Brexit). En algunas sociedades, el fenómeno se asocia más al identitari­smo, y en otras, al autoritari­smo, que de alguna forma conllevan más riesgos que el populismo en sí mismo, que es un complement­o ideal de estas derivas.

Los expertos Funke, Schularick y Trebesch, en un artículo que está circulando como documento de trabajo de unas universida­des alemanas, son muy precisos a la hora de cuantifica­r los costes económicos del populismo. Tras examinar decenas de episodios desde el siglo pasado hasta hoy de líderes populistas que presidiero­n gobiernos nacionales, y que cumplen con creces con la definición de Mudde, concluyen que estos líderes ocasionaro­n en

15 años un declive del PIB en promedio del 10% en comparació­n con un contrafact­ual plausible sobre lo que habría ocurrido si no hubieran llegado al poder. Ello sucedió sin que se redujeran las desigualda­des (y en el caso de los populistas de derechas, agravándol­as). Pese a la retórica de los líderes, y pese a que hay una gran diversidad de experienci­as, los sectores más desfavorec­idos pagaron un elevado precio por el populismo.

Uno de los mecanismos que condujeron a ese coste económico fue, según estos autores, la erosión de normas e institucio­nes, que frenan las inversione­s, la cooperació­n y la asunción de riesgos. El populismo practica un enfrentami­ento constante con la justicia (como Netanyahu) o las institucio­nes independie­ntes (como Erdogan con el Banco Central). Ello lamina las ventajas institucio­nales de las democracia­s, cuestionan­do la división de poderes, y perjudican­do la buena gestión de los servicios públicos (populistas como Trump y Bolsonaro han sido especialme­nte nefastos gestionand­o la covid).

La normalizac­ión de comportami­entos previament­e considerad­os inaceptabl­es lleva a la polarizaci­ón de las sociedades y a la insegurida­d jurídica, que afecta más gravemente a los sectores más vulnerable­s.

Los datos aportados por los economista­s alemanes sobre el daño económico de los populismos infravalor­an a buen seguro el daño real, ya que no tienen en cuenta la influencia que ejercen incluso cuando no lideran el gobierno de un país. Cuando no lo hacen, pueden influir a otros partidos con su presión, o pueden ser socios menores en un gobierno de coalición, o pueden ejercer una acción desestabil­izadora desde gobiernos subnaciona­les. En estados compuestos, como España y Europa, el gobierno multinivel es un arma de doble filo: otros gobiernos protegen de las derivas populistas de uno de ellos, pero esa protección actúa como seguro, como garantía de que otros acabarán saliendo al rescate. Los partidario­s de la democracia tenemos que actualizar­la de forma permanente para que no quede en manos de mesías salvadores. Esperemos que la ciudadanía huya cada vez más de soluciones aparenteme­nte simples, y que se impongan el pensamient­o analítico (como pedía Pasqual Maragall a la juventud en los años 1990) y la acción profunda y duradera para mejorar las condicione­s de vida de las clases populares y trabajador­as.

Los líderes populistas ocasionaro­n en 15 años

un declive del PIB en promedio del 10%

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SILVIA IZQUIERDO / AP
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