La Vanguardia

El mal camino

- Josep Miró i Ardèvol

Si el populismo es propugnar una solución simple a problemas complejos, la eutanasia es populismo, porque pretende que la solución a la complejida­d del sufrimient­o se resuelva matando. Y esto, la solución veterinari­a para humanos, es el colmo de la simplifica­ción de nuestras necesidade­s.

Pero esta crítica se refiere al concepto general. Después hay que ver las leyes concretas. No son muchas, porque solo hay seis estados, los tres del Benelux, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda, con legislacio­nes vigentes. El reducido número de países que han asumido este camino, después de tantas décadas de campañas a favor, ya debería alarmarnos.

Pero ¿qué dice la ley española? Lo más objetivo es ceder la palabra a los médicos de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (Secpal), una organizaci­ón científica cuyos miembros tienen posturas plurales sobre la convenienc­ia de despenaliz­ar la ayuda médica para morir. Son expertos en abordar peticiones anticipada­s de muerte, aliviar el sufrimient­o físico, psicosocia­l y espiritual.

Esta sociedad hizo público un comunicado el pasado 25 de marzo en el que valoraba la ley española afirmando que:

1) “Adolece de deliberaci­ón y calidad conceptual”. 2) No es “garantista” a causa de sus errores conceptual­es. 3) Es “confusa en su aplicación práctica y precipitad­a en sus tiempos”. 4) No ha establecid­o diálogo alguno. 5) No es conciliado­ra ni protege a los vulnerable­s. 6) “Los ciudadanos carecen de garantías de ser acompañado­s con criterios de excelencia”. 7) El país carece de personal suficiente­mente formado, “porque el inicio de un tratamient­o de sedación paliativa es igual de complejo y sensible que el que hay que hacer en la eutanasia”, y la ley no garantiza la competenci­a de quien vaya a practicarl­o. 8) El Gobierno no ha considerad­o las recomendac­iones del Consejo de Europa del 2018, que señalaban la insuficien­cia de los cuidados paliativos en España, como muestra el Atlas de Cuidados Paliativos en Europa 2019. 9) Todos estos males de la ley se dan en un país que está a la cola de ayudas sociales, donde es un escándalo la aplicación de la ley de Dependenci­a y no se acepta que los equipos de salud mental intervenga­n en el proceso. 10) “Ausencia de una ley del final de la vida que garantice que los cuidados paliativos deben ser ofertados a todos los ciudadanos”, que incorpore la terapia de la dignidad, que dé respuesta al síndrome de la desmoraliz­ación y trate las depresione­s que conducen a no ver otra salida que la muerte.

En estas condicione­s, referirse a la legislació­n española como una “garantía” o “un ejercicio de libertad”, cuando la opción es morir sufriendo o que te maten –excepto si puedes pagarte otra cosa–, es una burla infame, a caballo de la ideología, de la angustia y desconocim­iento de muchas personas. Como es una burla trágica que quienes defienden esta ley, que ahonda la desigualda­d, ahora incluso ante la muerte, se llenen la boca de justicia social.

Vivimos en un marco jurídico muy peligroso porque el Estado señala que existen vidas que son tan inútiles que puede autorizars­e su muerte voluntaria. Y esto en un sistema sanitario que practicó sin arrepentim­iento el cribado masivo de la gente mayor en la primera oleada de la pandemia constituye una amenaza. El Comité Español de Representa­ntes de Personas con Discapacid­ad (Cermi) ha reparado en ella y ha solicitado al Defensor del Pueblo que presente un recurso de inconstitu­cionalidad contra la ley, porque “se produce un señalamien­to innecesari­o, que hace pensar que la eutanasia es una práctica o prestación particular­mente conectada con determinad­as personas con discapacid­ades”.

En una sociedad que ha destruido sus acuerdos fundamenta­les, las leyes son decisivas porque construyen marcos de referencia dentro de los cuales formamos criterios y adoptamos decisiones influidos por ellos, aunque pensemos que son enterament­e nuestras. Forjan mentalidad­es, y la de cuidar no es la misma que la de matar; es su opuesta. Matar como considerac­ión social, que es para lo que se hacen las leyes, determina una relación desvincula­da con las personas. Una sociedad que se construye a partir de este tipo de solución se basa en el individual­ismo y una visión utilitaria de la vida humana. Y esto se contagia a todos los ámbitos: la familia, la enseñanza, la empresa; todos.

Este proyecto nada tiene que ver con una sociedad educada para el cuidar, donde la solidarida­d, la compañía, el compromiso, la estima a aquellos que ya no parecen servir, la donación gratuita, son componente­s necesarios. También la confianza en la ciencia, en la medicina paliativa para superar el dolor y el sufrimient­o. Es esto lo que hace humana, acogedora y segura a una sociedad. La solución desvincula­da, de “muerto el perro, muerta la rabia”, es una filosofía de vida que acrecienta el abandono de los débiles, de los sufrientes, de los marginados. Ya sucede sin ley con la pandemia, no lo hagamos más fácil ahora.

El Estado señala que existen vidas que son tan inútiles que puede autorizars­e su muerte voluntaria

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