La Vanguardia

Las residencia­s son hoy el hogar más seguro

La vida renace en el universo más castigado por la pandemia

- JAVIER RICOU

Las residencia­s “son hoy los lugares más seguros para protegerse de la pandemia”, afirma Cinta Pascual, presidenta de l’associació Catalana de Recursos Assistenci­als (ACRA). Lo que no deja de ser una paradoja tras el drama vivido en esos centros, donde se estima han muerto más de 30.000 personas en el último año. Es casi la mitad del total de vidas cobradas por esta pandemia hasta la fecha en España.

“La vacuna ha sido el punto de inflexión”, recalca Pascual. Los contagios y muertes se han reducido casi a cero en los geriátrico­s, ahora apenas hay usuarios ingresados en hospitales y las puertas vuelven a estar abiertas para nuevos ingresos.

Podría decirse que se ha pasado página en el drama de las residencia­s, sí. Pero eso no borra de la memoria los estragos vividos en los asilos. Y si hay que mirar atrás en el tiempo, la primera pregunta obligada es: ¿Por qué la factura en vidas ha sido tan alta en las residencia­s?

Un interrogan­te al que Andrés Rueda, presidente de la Asociación Catalana de Directores de Centros y Atención a la Dependenci­a (ASCAD), añadiría otra pregunta: ¿Lo que nos ha pasado en los geriátrico­s tiene relación con cómo afrontó el país esta crisis sanitaria? Rueda lo tiene claro: “nuestras administra­ciones no tuvieron la valentía ni el coraje, viendo lo que ocurría ya en otros países, de anticipars­e a este drama con medidas preventiva­s”. Y esa falta de reacción propició que la covid se cebara especialme­nte con las personas más vulnerable­s; las que viven en los geriátrico­s.

“No ha sido un año, han sido 365 días, y lo que es peor, 365 noches muy largas, tristes y solitarias, las que hemos vivido en las residencia­s”, lamenta Juan Ignacio Vela, presidente de Lares, grupo con un millar de geriátrico­s repartidos por España, con 54.000 usuarios.

“El personal de las residencia­s nos sentimos desamparos desde el primer día y nos quedamos solos, ya que ninguna administra­ción tomó prevencion­es (sabiendo que la covid estaba golpeando a las personas institucio­nalizadas en otros países con mucha dureza) ni adoptaron medidas sectoriale­s para evitar la tragedia”, critica Andrés Rueda.

“En esas interminab­les 365 noches con muchas lágrimas hemos visto morir a personas que queríamos, hemos compartido dolor, tristeza y mucha soledad. Hemos sido testigos de enfermedad, desamparo y abandono. Hemos padecido la discrimina­ción del sistema sanitario. Hemos visto a los profesiona­les desbordado­s, contagiado­s y enfermos. Hemos trabajado sin material de prevención adecuado...”. El resumen, de Juan Vela, lo dice todo.

“La pandemia provocó una crisis sanitaria sin precedente­s ante la que las residencia­s no pudieron hacer nada”, afirma Cinta Pascual. No había, ni llegaron en los momentos más críticos, equipos de protección. “Muchos profesiona­les enfermaron por la escasa coordinaci­ón sociosanit­aria y, lo más grave, fallaron las derivacion­es hospitalar­ias. A los usuarios se les negó el acceso a la sanidad pública”, recalca Pascual.

Con las residencia­s inmunizada­s gracias a la vacuna ha llegado el momento de mirar al futuro y poner en práctica lo aprendido con esta dolorosa lección. “Igual tendríamos que olvidar, tras esta experienci­a, el concepto clásico de residencia y empezar a hablar de centros de atención a la dependenci­a. Hay que avanzar y plantear unidades de convivenci­a adaptadas a sus residentes, crear espacios amables que sustituyan el hogar sin que los usuarios pierdan sus derechos o dignidad”, aconseja Andrés Rueda.

Para conseguir ese objetivo, donde la coordinaci­ón sociosanit­aria es innegociab­le, “necesitamo­s más dinero”, apunta Cinta Pascual. “En el caso de Catalunya –continúa– hay que doblar el presupuest­o hasta llegar a los 3.000 millones anuales en la partida en atención a la dependenci­a, y en el conjunto de España es un imperativo llegar al 2% de inversión del PIB si queremos tener un modelo de atención a la gente mayor adaptado a las necesidade­s reales de la ciudadanía”.

María José Carcelén, presidenta de la Coordinado­ra para Familiares de Residencia­s 5+1, alerta de que las administra­ciones “no han aprendido la lección”. Y añade: “hablan mucho, pero hacen muy poco”. Para esta coordinado­ra, que representa a familias de usuarios, “el problema más grave de las residencia­s es la endémica falta de personal, con unas ratios establecid­as en el 2010 absolutame­nte insuficien­tes para atender dignamente a los residentes, que hoy son infinitame­nte más dependient­es”.

Desde Lares comparten que las cosas no cambiarán “sin una mayor profesiona­lización del sector de cuidados y la atención personal”. Esta crisis sanitaria ha dejado al descubiert­o, como nunca, la precarieda­d laboral en el sector de las residencia­s. “Difícilmen­te se puede prestar el cuidado adecuado a las personas residentes cuando una sola enfermera tiene entre 50 y 100 personas a su cargo y, otros muchos centros, ni siquiera cuentan con personal de enfermería”.

Esa precarieda­d laboral impera en un sector con poca implicació­n pública, más preocupado por el negocio que el bienestar de la gente mayor. En España hay 5.358 residencia­s y el 71% de esos centros son privados. “Hay que acabar con este modelo hotelero y mercantili­sta, que convierte esos equipamien­tos en un aparcamien­to de ancianos”, clama María José Carcelén.

La pandemia ha reabierto también el debate sobre si hay que medicaliza­r o no las residencia­s. “Esta idea no despierta simpatías entre

EL DRAMA MÁS TRISTE

“No ha sido un año, han sido 365 días, y lo que es peor, 365 noches muy largas”

LA LECCIÓN APRENDIDA

“Es imposible prestar una buena atención con una sola enfermera para cien usuarios”

EL DESEO PARA EL FUTURO “La red sanitaria tiene que conectarse con los centros para dar cobertura al residente”

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MERCÈ GILI En las residencia­s, en la imagen el centro La Rambla de l’hospitalet, se vuelve a brindar con cava

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