La Vanguardia

Van Gogh, ni loco ni pobre, ‘bon vivant’ en Montmartre

El recién subastado ‘Escena de calle en Montmartre’ de 1887 pone en evidencia el mito del artista incomprend­ido que vivió sin recursos

- ÓSCAR CABALLERO

Nacido en familia acomodada de Zundert, Vincent Van Gogh, cuyo Escena de calle en Montmartre , de 1887, acaba de ser subastado por 13 millones de euros, récord francés, corre el riesgo de perder su aura de mito. Porque si 134 años después de aquel cuadro, jamás expuesto hasta ahora (una excepción en manos privadas pertenecie­nte a su serie de Montmartre), parece pintado ayer, es porque Vincent usaba pigmentos impecables. Y los tenía gracias a su hermano Theo, quien también le financiaba cursos, comida y apartament­o taller con vistas.

O sea que ni Kirk Douglas (1956) ni Jacques Dutronc (1991): el buen Vicent, como Theo, tenía trazado un destino cómodo. Y si en marzo de 1886, decidido a ser pintor, Vincent se desvía ligerament­e, cae en los brazos de su hermano Theo, director de la sucursal parisina del marchante Goupil y luego gerente de Boussot, Valadon& Cie, paraíso de material para pintores.

Nada de patio de vecindad como el Bateau Lavoir en el que, dos décadas más tarde Picasso pasará frío. En mayo, Theo alquila un gran piso en el edificio de cuatro plantas del 54 Rue Lepic que hoy, casi siglo y medio después, luce fachada impecable y placa conmemorat­iva.

“Vivimos juntos para que mi hermano Vincent, que estudia la pintura, disponga de habitación y taller. Y con vistas sobre todo París”, escribe Theo a una amiga, el 10 de julio de 1887. Aquellas vistas daban, según Theo “para pintar mil cuadros”. A pesar de que su estilo solo se afianza en esa primavera de 1887 de Escena de calle en Montmartre y que su vida concluye el 29 de julio de 1890, Vincent le hará caso: 800 óleos y mil dibujos serán su herencia.

¿El pintor nace? Vincent se hizo: estudios sistemátic­os y curiosidad sin límites le permiten, en pocos meses, asomarse al impresioni­smo, el puntillism­o, el simbolismo, el japonesism­o, gracias además a que sus líderes son clientes de Theo. La beca fraterna financia estudios, los mejores pigmentos, telas y bastidores.

Vida fácil y divertida. ¿Theo expone “el grupo del gran bulevar”, de Sisley, Degas, Pissarro…? Vincent se inventa el grupo del petit bulevar, para mostrar obra suya y de sus amigos –Toulouse-lautrec, Gauguin, Emile Bernard–, en las paredes del Café Tambourin, del bulevar de Clichy. Fácil: Agostina Segatori, la propietari­a, es su novia.

Por entonces, hace apenas un cuarto de siglo que Montmartre –escenario sangriento de la represión de los comuneros– fue integrado a París. Pero si su parte baja, con bares, cabarets y espectácul­os, es ya un agitado núcleo urbano, el alto Montmartre, el de la Rue Lepic, limita con el campo. Y, detalle deslumbran­te para el holandés, está lleno de molinos. Que no muelen: reunidos en un complejo de chiringuit­os, discotecas, cafés y tío vivos, son imán de parisinos. Sobre todo uno de ellos, el de la Galette, que Vincent pinta más de veinte veces, como lo hicieron y lo harán de Renoir y Corot a Monet y Picasso. Porque allí bebían, discutían, ligaban.

Vincent llegó con una paleta sombría, inspirada en la pintura flamenca. Montmartre le descubre color y modernidad. Del cuadro subastado, Aurélie Vandervord­oorde, directora y martillo en Sotheby’s, segunda casa de subastas mundial, pudo establecer que desde 1920 estaba en la misma casa donde fue inspeccion­ado un siglo después por la experta Claudia

Mercier, de Mirabaud-mercier, luego autentific­ado por el museo Van Gogh de Amsterdam. Otro mito que se derrumba, el de que no había coleccioni­stas en Francia. Lo desmiente Mercier: “Entre 1915 y 1930 se formaron numerosas coleccione­s privadas, dispersada­s primero por el crack de 1929, luego por Goering y la expoliació­n a judíos”.

Escena de calle en Montmartre, “es una obra fundamenta­l porque en esa primavera de 1887 Van Gogh domina ya su paleta”, según Martin Bailey, autor de cuatro libros sobre los periodos franceses del pintor.

De aquel año es el autorretra­to que cuelga hoy en Orsay: Vincent tiene el aspecto de lo que es, un señor burgués bien alimentado. Pero aquel año, su amigo Toulouse-lautrec le descubre otro café, el de la Mère Bataille, en la Rue des Abesses. Y allí, “el hada verde”, la absenta, moda mortífera de la década, por esa Artemisia absinthium, planta tóxica capaz de producir alucinacio­nes, desvanecim­ientos y trastornos auditivos. Es decir, lo que sufrirá un año después Vincent, devenido bohemio provenzal. En cualquier caso, hasta que deja Montmartre, y su vida confortabl­e, en febrero de 1888, Vincent no ha sufrido aún esos desvanecim­ientos intempesti­vos que le acosarán en Arles.

¿Otro mito: la automutila­ción? En el 2014, en la exposición de Orsay que comparó la obra y la vida de dos “suicidados por la sociedad”, Artaud y Van Gogh, circuló la teoría de que la oreja de Vincent la cortó de un sablazo Gauguin, esgrimista y maestro de armas civil, con quien compartía domicilio en Arles. Sospechoso: el mismo día de la amputación Gauguin dejó Arles sin llevarse siquiera su material de pintor.

¿Y si el suicidio fuera solo un intento de Vincent de cubrir a esos dos hermanos adolescent­es, los Sécrétan, Gaston y René, que jugaban con un arma y lo habrían herido, el 27 de julio de 1890, en Auvers-suroise, a las puertas de París? Claro que con una herencia tan cuantiosa, y sin los campos alucinados, el amarillo intenso, la oreja, el suicidio, ¿habría habido fenómeno Van Gogh?

Acaso más valga no tocarlo. El mito vende bien: en el 2017 su Labour dans un champ, de 1889 arrancó en Christie’s Nueva York 69 millones de euros. ¿Cómo explicar entonces los “apenas” 13 millones de euros por Escena de calle en Montmartre, pintado un año antes, si no es porque recuerda que la bohemia, la miseria, son solo un accidente de año y medio en los 37 de vida del buen burgués de Zundert?

El pintor deja su vida confortabl­e de París para vivir una bohemia provenzal de año y medio hasta su muerte

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. El cuadro Escena de calle en Montmartre, de Vincent Van Gogh, fue adquirido por 13 millones de euros

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