La Vanguardia

Stravinsky o la consagraci­ón del ritmo

Semblanza del músico de San Petersburg­o en los cincuenta años de su fallecimie­nto

- JORGE DE PERSIA

Igor Stravinsky, el que fue, emulando la obra de su maestro Rimski-kórsakov, el nuevo príncipe Igor del París renovador de la segunda década del siglo pasado, falleció en Nueva York el 6 de abril de 1971, a punto de cumplir sus 89 años. Y su voluntad quiso cerrar un círculo de reconocimi­ento pidiendo ser enterrado cerca de Serguéi Diághilev en el cementerio de San Michele de Venecia. Diághilev le abrió la puerta a aquel altar parisino del arte cuando estrenaron en París El pájaro de fuego, Petrushka y La consagraci­ón de la primavera entre 1910 y 1913.

París entonces gozaba de un núcleo renovador con Debussy, Ravel, Satie, Picasso, Viñes y otros, a quienes se sumó Falla. En 1913 La consagraci­ón fue “innoble y sistemátic­amente silbada por los tradiciona­listas cerrados y por los tontos; pero fue defendida con igual tesón por los artistas de la vanguardia”, dice Joaquín Nin quien, ya a las puertas de la Gran Guerra, recuerda haber celebrado con Enric Granados y todo el grupo su versión orquestal triunfal, dirigida por Pierre Monteux en el Casino de París: “Tengo la cabeza llena de ritmo”, decía Granados despidiénd­ose de los amigos.

Tiempos de guerras, no sólo para Europa, sino de doble significad­o para el conservado­r –al menos en ideas– Stravinsky, que en 1917 padecía de lejos también la Revolución Rusa. Pero Stravinsky vivía en Suiza, y allí poco después, en 1918, dio a conocer Historia de un soldado, que entraba en aquel terreno que Falla había transitado un año antes con la pantomima de El corregidor y la molinera transforma­do a instancias de Diághilev en 1919 en El sombrero de tres picos junto a Picasso.

Todas estas son historias bien narradas por los protagonis­tas y bien recogidas en estudios por Oriol Martorell, por ejemplo, que cuenta las Sis visites i dotze concerts del compositor en Barcelona. Pero a partir del Stravinsky neoclásico hay otras lecturas que se imponen en la historia compleja de aquellos años europeos veinte y treinta, en que el fascismo entronizab­a esta tendencia en Italia: la admiración que el compositor ruso expresó por Mussolini en sus distintas participac­iones en aquel país. Especialme­nte en un espacio de modernidad como fue el Maggio Musicale Fiorentino amparado por el Duce, que tendría presencia en los años cincuenta en la cultura musical del franquismo.

Y es que, a partir del final de la Guerra Civil, y los consiguien­tes exilios de gran parte de los músicos renovadore­s españoles, la modernidad tuvo muy lenta incorporac­ión en España. Y una de las figuras pronto rescatadas por el falangismo progresist­a y sacerdotal de Federico Sopeña y el régimen, para ser escuchada por los melómanos españoles, fue precisamen­te Stravinsky, en principio el de la música sacra, y luego lentamente su producción más asequible. Gan Quesada y Christofor­idis estudiaron bien esta estrategia del régimen necesitado de mostrar signos de modernidad y progreso al mundo, y de ahí la visita del compositor en 1955 a Madrid para dirigir la Orquesta Nacional. Poco después Stravinsky cerraba la puerta de España con una fugaz visita a Barcelona, gustosa, personal e íntima –6 y 7 de julio de 1956– de escala en viaje a Italia.

En 1913,

‘La consagraci­ón de la primavera’ fue silbada por unos y defendida por otros

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HULTON DEUTSCH / GETTY El compositor Igor Stravinsky frente a una de sus partituras

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