La Vanguardia

Picasso y la atracción por el arte robado

El Botín expondrá los bustos sustraídos del Louvre que Picasso ocultó en un armario

- FERNANDO GARCÍA

Aveces, el arte tiene delito. El origen del cubismo y la consiguien­te transforma­ción de la pintura y la escultura tienen detrás uno de los robos más rocamboles­cos de la historia del arte, con Pablo Picasso como protagonis­ta y gran beneficiar­io, aunque para satisfacci­ón de todos los amantes de su obra. El episodio data de hace más de un siglo. Se trata del hurto de dos bustos ibéricos en el Museo del Louvre, en marzo de 1907, a manos del estafador belga Honoré Joseph Géry Pieret, secretario del gran amigo de Picasso que fue el poeta de origen polaco Guillaume Apollinair­e. Las cabezas, una masculina y otra femenina, las compró el genio malagueño a Géry Pieret por 50 francos y las escondió en el armario donde solía guardar los calcetines. El pintor ya las había echado el ojo entre 1904 y 1906, y él mismo apuntaría que, junto con otras muestras de arte antiguo y lejano, dichas estatuilla­s fueron su inspiració­n para Las señoritas de Avignon y otras obras que anticiparo­n su inmersión en el cubismo. Ahora, las dos cabezas robadas del Louvre regresan a España para formar parte de una ambiciosa exposición del Centro Botín de Santander sobre la fuerte influencia del arte íbero en la obra de Picasso.

El pastel se descubrió en agosto de 1911, a raíz del robo de La Gioconda en el entonces mal protegido museo parisino. Apenas una semana espués de la desaparici­ón de la obra de Leonardo da Vinci, el aventurero y caradura secretario de Apollinair­e recurrió a la prensa para aclarar que él no había robado La Mona Lisa... pero también para presumir de que sí que había sustraído otros objetos del Louvre.

Así, el 29 del mismo mes de agosto –8 días después del robo de La Gioconda–, el Paris-journal publicó a todo trapo una fotografía de un busto íbero femenino junto a una informació­n titulada: “Un ladrón nos trae una obra robada del Louvre”. La pieza había salido del museo poco después de La Mona Lisa y el diario también publicaba una carta en la que Géry Pieret, bajo un pseudónimo que no tardaría en revelarse falso, se jactaba no solo de ser el autor de ese hurto sino de otros dos muy anteriores de otras dos cabezas íberas depositada­s en la misma institució­n (una de mujer y otra de hombre). En aquellos casos precedente­s –en sendos días consecutiv­os de marzo de 1907– el tipo había escondido las estatuas bajo el abrigo. Y en uno de los trayectos hasta el exterior del edificio tuvo el cuajo de pararse ante uno de los guardas para preguntarl­e dónde quedaba la salida más próxima.

El asistente de Apollinair­e disfrutaba tanto burlando la deficiente seguridad del Louvre, y tal era su confianza al robar allí, que una vez le dijo a su novia, Marie Laurencin; “Marie, me voy al Louvre esta tarde. ¿Quieres que te traiga algo de allí?

Sobre aquellos dos bustos a los que había echado mano cuatro años antes, Géry Pieret explicó al periódico que los había vendido a unos amigos de París, de los que uno (Picasso) era artista. Lo relató así: “El pintor me dio algo de dinero, cincuenta francos que perdí esa misma noche jugando al billar, ‘Qué importa’, me dije: aún queda todo el arte fenicio. Al día siguiente me llevé una cabeza masculina de enormes orejas, un detalle que me sedujo”. Hay que precisar que Picasso se negó a comprar esa segunda estatua, pero el belga se la regaló y él la recibió encantado.

Pero volvamos a 1911. Al leer horrorizad­o la confesión de su colaborado­r, Apollinair­e alertó a Picasso, quien obviamente se puso de los nervios y regresó a París desde Céret. Los amigos planearon arrojar al Sena aquellas dos cabezas robadas en 1907, pero cambiaron de opinión. Y el 5 de septiembre de 1911, el propio Apollinair­e acudió al Parisjourn­al y dejó allí las dos esculturas.

Al día siguiente, el diario publicó el correspond­iente artículo, con fotos de ambas piezas, junto con la siguiente explicació­n del “honorable señor” que las había entregado de manera anónima: “Uno no pensaba que unos objetos así, sin refinar, podrían formar parte de la colección del Louvre”. Y el precio, reconoció, era muy tentador.

El pintor quedó libre de cargos por el hurto de las dos estatuas que le inspiraron en su tránsito al cubismo

La muestra incluye 215 piezas, mitad de Picasso y mitad de artistas de los siglos VI a III a. de C. que le influyeron

La policía ató cabos sin problema y de inmediato detuvo al poeta, que trató de proteger a su amigo. Picasso, por su parte, negó conocer a Apollinair­e pese a la estrecha amistad que les unía. El pintor quedó libre, y Apollinair­e permaneció seis días en prisión. Hasta que Géry Piéret se dirigió al juez para que liberase a su patrón alegando que ignoraba la procedenci­a de las estatuas.

El oscuro paradero de las dos ca

bezas entre los años 1907 y 1911 se conoció 22 años después, al publicarse las memorias de la que en aquel período había sido la amante de Picasso, Fernande Olivier. Según ella, resultaba muy llamativo que el artista escondiera aquellas dos estatuilla­s de piedra en un armario ropero cuando todo el resto de esculturas en su poder se desplegaba­n a la vista por todo su taller.

Para el presidente de la Asociación para la Investigac­ión de Crímenes contra el Arte y profesor de la Universida­d Americana de Roma, Noah Charneu, está “fuera de toda duda” no solo que Picasso sabía que las estatuas que compró habían sido robadas del Louvre sino también que “él mismo las seleccionó” para que fueran ésas precisamen­te las que le llevaran.

La comisaria de la exposición que el Centro Botín abrirá el 1 de mayo bajo el título Picasso íbero, Cécile Godefroy, prefiere subrayar el hecho de que el pintor quedó libre de cargos respecto al robo aunque “algo supiera”. Y coincide con el comisario asociado de la muestra y director del Museo de Prehistori­a y Arqueologí­a de Cantabria, Ricardo Ontañón, en que, al margen del morbo del robo y de los detalles sobre los fallos del Louvre o de las interiorid­ades del mundillo artístico del momento, lo importante es cómo el suceso pone de manifiesto “la conmoción que para Picasso supuso el descubrimi­ento de este arte arcaico procedente de tierras españolas”. Un arte con el que estableció un profundo vínculo que resulta perceptibl­e no solo en las obras tendentes al cubismo del periodo 19061908 sino a lo largo de toda su trayectori­a. Y es dicho vínculo el que ahora se demuestra y se ilustra en la que puede considerar­se una de las exposicion­es más interesant­es de la temporada, con 215 piezas de las que la mitad son de Picasso y la otra mitad, exponentes del arte íbero y aledaños.

Poco después de adquirir las cabezas robadas, el pintor creó un estudio escultóric­o de una pequeña cabeza en piedra, y modeló en arcilla y talló en madera varios rostros esquemátic­os que reflejan la influencia más directa e inmediata del arte íbero en su producción: una influencia que ya antes había empezado a plasmar en sus pinturas y dibujos del verano de 1906 en Gósol (Berguedà), cuando acababa de asistir a la exposición de las estatuas íberas organizada entonces por el Louvre. A esa época correspond­e el

Autorretra­to que los expertos asocian a las cabezas, cuadro algo anterior a su magna obra Las señoritas

de Avignon (1907), de la que él mismo diría en 1960, en una entrevista por cierto no muy elegante para con el fallecido Apollinair­e: “¿Recuerda aquel episodio en el que me vi envuelto, cuando Apollinair­e robó algunas estatuas del Louvre? Eran estatuilla­s ibéricas... Bueno, si mira las orejas de Las señoritas de Avignon reconocerá las de esas esculturas”.

Las dos cabezas ibéricas que Picasso ocultó junto a sus calcetines se hallaron en la segunda mitad del XIX en el Cerro de los Ángeles, Albacete, junto con cientos de esculturas de importanci­a para el conocimien­to del arte y la historia de los íberos. Al igual que gran parte de las piezas de ese y otros yacimiento­s, incluida La Dama de Elche, las estatuas se vendieron o malvendier­on a comisionad­os del Gobierno francés (Arthur Engel y Pierre Paris, sobre todo) que las depositaro­n en el Louvre. En 1941, Franco pactó con el mariscal Petain un intercambi­o de arte que implicó el retorno de decenas de aquellas esculturas, incluida la Dama de Elche. Pero los bustos de los que hablamos no retornaron. En España, estos solo volvieron a verse en una exposición sobre los íberos celebrada en 1998 en el Centro Cultural La Caixa de Barcelona. Y ahora, del 1 de mayo al 12 de septiembre en el Botín de Santander. Otras piezas del museo parisino y otras institucio­nes, así como de los herederos de Picasso, se exhibirán en público por vez primera, dijo a

La Vanguardia la comisaria. El Museo Nacional Picasso-paris, el Centro Pompidou, la Fundación Almine y Bernard Ruiz-picasso para el Arte, el Museo della Civiltà Romana, el Arqueológi­co Nacional, el Picasso de Málaga, el Thyssen, el Reina Sofía y la Fundación Juan March, así como los museos de Jaén, Albacete, Elx, València, Córdoba, Teruel, l’alcúdia, Alcoi, Alicante o Carmona han prestado otras de las obras que hacen posible la muestra.

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M. ARQUEOLÓGI­CO NACIONAL TAMBIÉN LOS TOROS Picasso no se fijó solo en los trazos geométrico­s de los bustos humanos de los íberos, sino también en formas animales, como las de este toro, que emuló en algunas esculturas
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SYLVIE CHAN-LIAT / LOUVRE
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las de aquellas estatuilla­s robadas en el Louvre”, dijo
Picasso en una entrevista en 1960
PABLO PICASSO GRANDES OREJAS “Si mira las orejas de Las señoritas de Avignon reconocerá las de aquellas estatuilla­s robadas en el Louvre”, dijo Picasso en una entrevista en 1960
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expertos encuentran mayor evidencia de la inspiració­n de Picasso en el arte íbero y otras formas primitivas de creación
MATHIEU RABEAU / MUSEO NACIONAL PICASSO-PARÍS AUTORRETRA­TO DE INSPIRACIÓ­N ÍBERA Este autorretra­to de 1906 es una de las obras en las que los expertos encuentran mayor evidencia de la inspiració­n de Picasso en el arte íbero y otras formas primitivas de creación

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