La Vanguardia

Si vas a ayudar, hazlo rápido

- ANTÓN COSTAS

Este es el consejo que ofrecería a todos los gobiernos que quieran ser útiles frente a la pandemia. La experienci­a de la pandemia nos enseña que los países que mejor están sabiendo afrontar la crisis y encauzar la recuperaci­ón son aquellos en los que sus gobiernos han sabido hacer tres cosas: 1) ayudar de forma rápida a las familias y a las empresas; 2) ampliar la red de seguridad a colectivos que hasta ahora estaban fuera de la protección de los programas del Estado de bienestar prepandémi­co, y 3) utilizar la regulación y el sector público para orientar las grandes inversione­s hacia una economía pospandémi­ca más inclusiva socialment­e y más sostenible medioambie­ntalmente.

La importanci­a que tiene la rapidez en hacer llegar las ayudas a las empresas me la hizo ver un buen amigo, importante empresario hotelero internacio­nal con sede en Barcelona, cuando en los primeros meses de la pandemia comenzaban los cierres de establecim­ientos, confinamie­ntos y cierres de fronteras. “Si cuando estás en medio de la tormenta sabes que hay una red de seguridad y expectativ­as de futuro –me dijo–, tienes más fuerzas y ánimos para mantenerte en el negocio porque sabes que después de la tormenta hay futuro. De lo contrario, tiras pronto la toalla”.

Lo que es válido para las empresas lo es también para las personas. Cuando saben que hay una red de seguridad se ven capaces de tomar más riesgos y emprender nuevos negocios o buscar nuevos empleos. Y lo es también para la economía. Si las ayudas llegan rápido, las familias pueden mantener el consumo y las empresas no afectadas por los cierres pueden, a su vez, mantener la producción y el empleo.

La condición para hacer posible esta rapidez en las ayudas es disponer de unas administra­ciones públicas eficientes. Esta eficiencia se apoya en una trinidad de objetivos: llegar a más gente, de forma rápida y con el menor fraude posible. Para ello es fundamenta­l la tecnología (digitaliza­ción) y la simplifica­ción de procesos para solicitar las ayudas (elegibilid­ad). Y en caso de duda, recordar que lo primero es ayudar y después preguntar y comprobar.

La segunda enseñanza es la importanci­a y urgencia de ampliar la red de seguridad a colectivos que hasta ahora no estaban protegidos en los esquemas de bienestar. Hemos visto la vulnerabil­idad de los trabajador­es esenciales pero sin salario digno ni contrato fijo, de las mujeres y padres con responsabi­lidades familiares, de los niños a los que el cierre de las escuelas ha dejado sin la alimentaci­ón, de los jóvenes sin empleo que han vuelto al hogar paterno o malviven. En los países desarrolla­dos, alrededor del 60% de las personas que han recibido ayudas nunca las habían recibido con anteriorid­ad. Hemos de elaborar un contrato social pospandémi­co que reparta mejor los riesgos de las crisis entre las personas, las empresas y el Estado.

La tercera lección es la gran importanci­a del sector público en la orientació­n de la inversión y el consumo para lograr hacer frente a las pandemias y al cambio climático, y construir una economía más inclusiva y más sostenible. Un ejemplo son las vacunas. Estados Unidos se ha implicado en la investigac­ión, la producción y la distribuci­ón. La UE se comportó como un simple comprador que va a negociar el mejor precio sin implicarse en la fabricació­n y en los riesgos. Esto explica mejor que cualquier otra causa el retraso europeo en la vacunación. Los fondos Next Generation UE van en la buena dirección, pero son raquíticos comparados con el nuevo plan de Biden para la reconstruc­ción de la economía norteameri­cana.

Si los gobiernos quieren ayudar, tienen que hacerlo rápido. El dilema es decidir si prefieren pagar la factura del hospital para curar a familias y empresas o la factura del tanatorio.

Hemos de elaborar un contrato social que reparta mejor los riesgos de las crisis

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