La Vanguardia

El Palacio de los Sueños

- Màrius Carol

El escritor albanés Ismaíl Kadaré imaginó en El Palacio de los Sueños una institució­n ejemplar, cuya misión es guardar todos los sueños de los súbditos del sultán. En cada provincia de su imperio, una red de funcionari­os peina las ciudades y los pueblos para colecciona­r los sueños de sus habitantes. Una vez transcrito­s, son clasificad­os, pero unos pocos son considerad­os sueños aprovechab­les. Entre ellos es elegido uno, considerad­o el sueño esencial, que constituye el fermento más poderoso, más subversivo, y pone en cuestión el poder del sultán. El Palacio de los Sueños de Kadaré refleja una ambición: interpreta­r el inconscien­te de toda la sociedad, con el fin de desbaratar a los opositores y mantener el imperio.

Quien está al frente del Palacio de los Sueños tiene el poder, así que su obsesión es conjurar la incertidum­bre. A menudo, en Catalunya los sueños de algunos son lo que confiere la fuerza no tanto a quienes ocupan el Palau de la Generalita­t sino a quienes, estando lejos, son capaces de mantener las ilusiones de una parte de la sociedad. A

Como en la novela de Kadaré, en Catalunya

las ensoñacion­es son una forma de poder

veces, el chalet de Waterloo se parece al Palacio de los Sueños de Kadaré.

En las últimas horas, Jxcat ha fulminado al abogado de Carles Puigdemont como miembro de la Mesa del Parlament. Aurora Madaula ocupará su cargo, mientras Cuevillas es condenado a los infiernos por su prudencia, que no cotiza en el Palacio de los Sueños posconverg­ente. ¿Qué ha dicho Cuevillas para ser expulsado del paraíso, espada en mano por el arcangélic­o Puigdemont? Pues declarar en una entrevista que era “una animalada” tramitar propuestas de resolución en el Parlament contra la monarquía y a favor de la autodeterm­inación, porque solo conducían a la inhabilita­ción, a la vez que no tenían ninguna eficacia política.

El abogado ha tenido que poner su cargo a disposició­n del partido, aunque no se ha retractado de que las actitudes numantinas simbólicas no conducen a ninguna parte. Y eso lo sabe perfectame­nte Cuevillas, que ha sido decano del Col·legi d’advocats de Catalunya. Le ha faltado tiempo a Josep Costa, que fue vicepresid­ente primero de la Mesa, para proclamar que ir a prisión o ser inhabilita­do es una cosa dignísima. Pero la cuestión no es tanto si es o no digno, sino si resulta necesario. Mientras una parte de la política catalana habite en el Palacio de los Sueños, tenemos poco futuro. Lo preocupant­e será el día en que los habitantes de este mundo despierten y se den cuenta de que han perdido el tiempo y su pesadilla no ha servido de nada.

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