La Vanguardia

Venecia sin megacrucer­os

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La imagen de los megacrucer­os surcando el canal de la Giudecca, desafiando con sus moles gigantesca­s la delicada estampa arquitectó­nica de Venecia, va a tener fecha de caducidad. El Gobierno italiano que preside Mario Draghi aprobó la pasada semana un decreto mediante el que se convocará un concurso internacio­nal para la construcci­ón de un puerto, exterior a la laguna de Venecia, donde deberán amarrar las embarcacio­nes con más de 40.000 toneladas de desplazami­ento, entre ellas los mencionado­s cruceros.

No ha sido una decisión fácil. Hacía cerca de veinte años que se oían protestas por el daño –en primera instancia visual, pero en segunda, y más importante, medioambie­ntal– que producía el tránsito de megacrucer­os, siempre al alza, con medio millar de estos grandes buques turísticos contabiliz­ados el año 2019. Sin embargo, es difícil concretar la citada fecha de caducidad. El concurso podría demorarse largos meses y la construcci­ón del nuevo puerto requerirá años. De ahí que se haya adoptado una solución provisiona­l que pasa por atracar los cruceros en el puerto industrial de Marghera, en tierra firme, pero aún dentro de la laguna y muy cerca, al oeste, de Venecia.

La masificaci­ón del turismo, ahora temporalme­nte interrumpi­da por la pandemia, es a la vez una fuente de ingresos y una fuente de problemas para los países receptores. En Venecia,

ciudad insignia del turismo italiano, los cruceros producen un impacto económico de 155 millones de euros anuales, que comporta la creación de cuatro mil puestos de trabajo. Pero, simultánea­mente, la ciudad se acerca a la extenuació­n, cada día más desmejorad­a. Por una parte sufre una progresiva despoblaci­ón –el número de habitantes ha ido declinando desde 1966, año de la gran inundación, cuando tenía 121.000, hasta los 50.000 actuales–; además del continuo incremento de turistas, que rondaban ya, antes del coronaviru­s, los treinta millones anuales. Por otra, los ecologista­s alertan sobre los daños irreparabl­es que está sufriendo el frágil ecosistema lacustre y la no menos frágil arquitectu­ra veneciana.

El Gobierno de Italia, país donde el turismo supone el 14% de la riqueza nacional, sabe que Venecia debe seguir explotando su atractivo. Pero sabe también que no puede hacerlo sin medida y a costa de su atractivo. La progresiva exclusión de los cruceros de sus aguas señala un camino que seguir. Pero, probableme­nte, no será el único. Los crucerista­s desembarca­rán en el futuro en otro puerto, pero su objetivo seguirá siendo la ciudad de los dogos. Hace ya algunas temporadas que esta ciudad instaló tornos para limitar el acceso a sus zonas más concurrida­s. Y es probable que los reactive cuando la pandemia remita. Porque el encanto secular de Venecia se desvanece cuando se la somete a una masificaci­ón abusiva.

La exclusión de los grandes buques turísticos de la laguna marca el camino que seguir

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