La Vanguardia

En el camino nos encontrare­mos

- Núria Escur

El 23 de noviembre de 1974, Werner Herzog, un tipo de 32 años y muchos sueños inacabados, se calzó unas botas nuevas y robustas, de leñador california­no, se colgó a la espalda una bolsa de lona con cuatro cosas y echó a andar. Quería salvar a su amiga berlinesa, una de las primeras mujeres que ejercieron la crítica de cine. Alguien le había contado que Lotte Eisner estaba gravemente enferma y él sintió que no, que todavía no podía irse al otro mundo.

Se le ocurrió que si él iba a buscarla a pie, de Munich a París, ella no moriría. Más de 770 kilómetros en línea recta y 22 días después apareció ante una mujer llena de cicatrices y arrugas creadoras. Durante el trayecto, cual beatnik que se precie, durmió donde pudo, comió lo que le dieron y orinó detrás de gasolinera­s. Se duchó poco, supongo. Jamás se despidió de nadie. Un nómada nunca se despide, sabe que en el camino nos volveremos a encontrar.

Sea como fuere, la plegaria de Herzog funcionó y su amiga Lotte murió nueve años después. Tuve un jefe que, cuando amenazaba, siempre soltaba la misma frase: “Arrieros somos y en el camino nos encontrare­mos”. Me gustó, yo misma la uso, pero con menos inquina.

Mi reencuentr­o con el cine en época intervacun­acional ha sido Nomadland y me alegro porque es un monumental homenaje al nómada moderno. Al mísero producto de la crisis que es ese ser humano simple en cuyo habitáculo corpóreo, a pesar de todo, todavía habitan fogonazos de luz. No te encuentras ni con Kerouac ni con Ginsberg ni con Chatwin, ni siquiera con el encantador Herzog; a nadie con flecos intelectua­les, sino, solo y sobre todo, seres con ganas de remontar a pesar de la mala suerte.

Y a una enorme Frances Mcdormand al volante de una furgoneta a la que llama Vanguardia, bajo los acordes de Ludovico Einaudi.

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