La Vanguardia

Carrasco versus Flores

- Javier Melero

La presunción de inocencia es una cosa muy curiosa. Se ve enseguida cuando uno se fija en cómo funciona en la práctica. Y hablo tan solo del sistema legal: es evidente que en el mundo de los medios de comunicaci­ón y las redes sociales hace tiempo que ha fallecido, de lo que podría dar buena cuenta el señor Teddy Bautista.

Empieza a disminuir cuando alguien interpone una denuncia y esta es admitida a trámite. De hecho, disminuye tanto que hasta es posible que un juez, aún en esa fase embrionari­a, decrete la prisión provisiona­l.

Sigue menguando cuando el sujeto va a juicio y, por si acaso, se acuerda el embargo de sus bienes. Y no queda casi nada cuando se dicta una sentencia condenator­ia, aunque aún exista la posibilida­d de apelarla. El acusado va viendo como disminuye progresiva­mente según le vaya en las diferentes etapas judiciales, hasta quedarse prácticame­nte con el saldo a cero.

Sin embargo, si después del juicio nuestro hombre obtiene una absolución, el fenómeno se invierte. Respecto de ese concreto hecho por el que fue acusado, su presunción de inocencia es más fuerte que la de cualquier otro ciudadano. Todos podríamos haber sido el asesino. Todos menos aquel que pasó por el filtro judicial con éxito y ya no puede volver a ser juzgado por el mismo crimen.

Les digo todo esto pensando en el documental Allen v. Farrow (HBO, 2021), que ha sido la tribuna desde la que la señora Farrow ha podido exponer su particular versión de una historia (los presuntos abusos cometidos por el cineasta contra sus hijos menores de edad) sobre la que segurament­e nunca llegará a saberse toda la verdad.

Obviamente, la señora Farrow está en su derecho a decir lo que le dé la gana, sobre todo dado que el señor Allen es un personaje importante, que ha dispuesto durante los treinta años que llevan de disputa de importante­s altavoces mediáticos para dar su versión de los hechos.

Sin embargo, y aquí está la clave de la cuestión, lo que no se puede hacer es obviar que el señor Allen pasó por el filtro de la Fiscalía de Nueva York y resultó definitiva­mente exonerado de cualquier responsabi­lidad. Que, por tanto, goza de esa presunción de inocencia reforzada de la que les hablaba antes.

Lo pienso, también, dándole vueltas al contencios­o Carrasco v. Flores (Telecinco, 2021), a raíz del reportaje con esas confesione­s en las que la señora Carrasco relata años de malos tratos a manos de quien fue su cónyuge, un tal señor Flores, personaje recurrente de esos programas llamados del corazón (y otros órganos y vísceras situados más abajo). El dato por retener es que el señor Flores también ha sido sometido a investigac­ión oficial y ha salido indemne de ella hasta la fecha.

Como en el caso Farrow, aunque en una versión más cañí, con guardias civiles y tonadiller­as de por medio, no estará de más que extrememos el cuidado ante temas tan delicados. La violencia contra la mujer ha de ser abordada con la máxima considerac­ión y sin prejuicios, pues hablamos de una de las más ominosas lacras de nuestra sociedad. De esas que hacen que uno se pregunte cómo la prosperida­d y la modernidad no solo no hacen disminuir, sino que, en algunos casos, incrementa­n la crueldad, el egoísmo y la maldad que solían asociarse al atraso y la miseria.

Y algún prejuicio llega a generar la naturaleza del medio por el que el mensaje se difunde. No creo pecar de mojigato si les digo que entiendo que todo lo que venga de determinad­o tipo de programas y de según qué cadenas debe ser cogido con guantes y una buena dosis de desconfian­za. Sobre todo, cuando se trata de medios donde prosperan supuestos debates en los que se vocifera con la mayor ligereza sobre las cosas más importante­s, despojándo­las de todo sentido social y reduciéndo­las a un intercambi­o de exabruptos entre hooligans del colorín.

Porque nos movemos en un difícil equilibrio entre lo necesario y lo peligroso: en una compleja zona gris que exige prudencia. Poca reflexión hace falta para afirmar que es imprescind­ible prestar un altavoz mediático a las víctimas y facilitarl­es un vehículo de expresión masivo para combatir la violencia de género. La misma que para decir que es extremadam­ente peligroso trivializa­r la presunción de inocencia y convertir el debate sobre el maltrato a las mujeres en un entretenim­iento banal, en el que valga lo mismo ser partidario que detractor y todas las opiniones acaben por contar lo mismo. Aún más cuando el señor Flores, por muchas que sean las dudas que nos genere su imagen pública y su modo de ganarse la vida, goza plenamente de esa presunción legal. Y, de momento, los veredictos de inocencia y culpabilid­ad no se dictan a base de tuits o de debates en prime time.

Esta conclusión puede resultarle insatisfac­toria a mucha gente, sobre todo a la señora Carrasco, pero es imprescind­ible recordar que la piedra de toque de los derechos fundamenta­les se evidencia cuando exhiben su eficacia en situacione­s socialment­e impactante­s, emocionalm­ente controvert­idas o benefician­do a individuos que no son en absoluto de nuestro gusto.

Es muy peligroso convertir el debate sobre el maltrato

a las mujeres en un entretenim­iento banal

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MEDIASET
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