La Vanguardia

El momento termidoria­no

- Josep Maria Ruiz Simon

Desde que la Revolución Francesa se convirtió en el paradigma de referencia de todas las revolucion­es que se hacen, se deshacen o se simulan hacer o deshacer, se suele hablar de momentos termidoria­nos .Enla versión original puesta en escena hace más de dos siglos en el Hexágono, este momento empezó con la caída de Robespierr­e, el 9 de termidor. Los manuales de historia remarcan que, en esta fecha y con las ejecucione­s del día siguiente, acaba el periodo del terror. Pero el 9 de termidor no es interesant­e como punto y aparte, sino como punto y seguido. El quinquenio que inaugura y que se extiende hasta el 18 de brumario, cuando Napoleón conquistó el poder por medio de un torpe golpe de estado parlamenta­rio, es una época que fascina por su incomparab­le capacidad de mostrar que, tras de las grandes palabras, que suelen acabar sonando a hueco, siempre hay, actuando como palanca, intereses personales de una enorme solidez. Medio siglo más tarde, Alexis de Tocquevill­e ya identificó con perspicaci­a, en El Antiguo Régimen y la Revolución, la singularid­ad de aquel periodo. Esta singularid­ad no era la caracterís­tica de algunas monstruosi­dades típicas de las crisis, en que, como luego dijo Gramsci, lo viejo se muere y lo nuevo aún no ha nacido, sino la propia y mucho más prosaica de la hora de hacer balance, de calcular las ganancias y las pérdidas y de reorientar el negocio. El objetivo de los

Detrás de las grandes palabras, que suelen sonar a hueco, siempre hay, actuando como palanca, intereses personales

conjurados termidoria­nos de 1795 no era pasar página, sino mantener, defender y mirar de aumentar las ventajas adquiridas por muchos durante un proceso revolucion­ario que, con su última deriva, había puesto en peligro estas mismas ventajas.

Como señaló el historiado­r François Furet en Pensar la Revolución Francesa ,el9 de termidor nació una revolución que se ocultaba, como dentro del vientre materno, en la iniciada el 1789 y que aspiraba a sucederla exprimiend­o su lenguaje revolucion­ario: la revolución de los intereses creados por la revolución, que la nueva clase política que se había hecho con el poder intentó vehicular en beneficio propio. Como modelo, esta revolución de los intereses ha tenido una amplia y variada descendenc­ia. Trotski, por ejemplo, hablaba a menudo de un termidor soviético, protagoniz­ado, después de la muerte de Lenin, por la burocracia estalinist­a. En sus memorias, afirma que el momento termidoria­no necesita protagonis­tas mediocres que no vean más allá de sus narices porque es precisamen­te la ceguera política aquello que les da fuerza. Para él la burocracia del termidor estalinist­a era como la mula de una noria, que cree que hace camino cuando, en realidad, solo da vueltas a la rueda. Pero esta comparació­n es incompleta desde el punto de vista del análisis político. Desde esta perspectiv­a, lo relevante no es el objetivo de la mula, sino la finalidad de la noria, que no es otra que elevar el agua del pozo para el riego. Si el futuro inmediato lo escriben desde el gobierno de la Generalita­t los termidoria­nos, convendrá no confundir los motivos de la mula con los del campesino que la hace caminar en círculo.

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