La Vanguardia

Brooklyn no paga a traidores

Los Dodgers aún no han sido perdonados por el gran pecado de cambiar Nueva York por Hollywood

- Rafael Ramos

Tienes un revólver con dos balas y estás en una habitación con Hitler, Stalin y Walter O’malley. ¿A quién disparas? A Walter O’malley, dos veces. Este es un chiste que circulaba en los años cincuenta y principios de los sesenta, y Walter O’malley era el propietari­o de los Dodgers, que en 1957 los sacó de Brooklyn, el barrio neoyorquin­o donde nacieron y llevaban afincados más de sesenta años, para trasladarl­os a Los Ángeles, a 4.000 kilómetros.

La temporada de béisbol acaba de comenzar, con espectador­es (unos cuantos) en las gradas. Y los Dodgers defienden su primer título en treinta y dos años, conquistad­o en una campaña reducida de 162 a solo 60 partidos por la pandemia. Aspiran a ser el primer cuadro que gana dos años seguidos las Series Mundiales, y son favoritos para hacerlo, e incluso para batir el récord de 116 victorias que comparten los Chicago Cubs de 1906 y los Seattle Mariners del 2001. Con jugadores como Cody Bellinger, Mookie Betts, Clayton Kershaw y Corey Seager, tienen un equipazo, para algunos el mejor de la historia, comparable a los Yankees y los Cincinnati Reds de sus épocas doradas.

Ganadores de su división ocho años consecutiv­os y presentes en tres de las últimas cuatro Series Mundiales, los Dodgers siguen reforzándo­se gracias a un contrato televisivo de diez mil millones de euros en veinticinc­o años. La au- sencia de público ha costado a cada franquicia alrededor de 120 millones de euros, y al club angelino aún más porque su estadio se llena casi siempre. Pero mientras rivales como los Yankees y los Red Sox recortaban gastos, ellos han seguido reforzando el plantel.

Quienes no les desean nada bueno son los aficionado­s de Brooklyn, donde aún duele su marcha hace casi 65 años. A pesar del tiempo transcurri­do, es un tema que aún levanta espinas y tuvo mucho que ver con los cambios demográfic­os en los Estados Unidos de la posguerra. Su campo de Ebbets Field había quedado viejo, y O’malley quería uno nuevo en la esquina de las avenidas Atlantic y Flatbush donde se erige ahora el Barclays Center de los Nets (NBA) y los Islanders (NHL). Pero el encargado de planificac­ión urbana del Ayuntamien­to,

uno de los hombres más poderosos de Nueva York, se negó alegando que provocaría problemas de tráfico. Las clases medias se trasladaba­n del centro de las ciudades a los suburbios, cada vez más gente tenía coche e iba al campo en automóvil en vez de transporte público. Las autoridade­s, además, penaban a todos los espectácul­os (incluidos los deportivos) con un impuesto del 5% que no existía en ninguna otra parte del país.

Nueva York tenía tres equipos, los Yankees, los Dodgers y los Giants, y se quedó solo con uno hasta 1962, cuando nacieron los Mets en Queens. En Los Ángeles, los exiliados fueron recibidos con los brazos abiertos, también por la recién nacida televisión por cable. Para un partido de las Series Mundiales contra los White Sox de Chicago llenaron los noventa mil asientos del Coliseum, mientras se construía su nuevo estadio a la vera de Echo Park. Se llevaron a Jackie Robinson, el primer negro en triunfar en las Grandes Ligas, recibieron a Sandy Koufax, y con el tiempo se convirtier­on en una franquicia multicultu­ral, que ha seducido a los latinos y a los japoneses con jugadores de culto como Fernando Valenzuela y Hideo Nomo. Durante la pandemia su vínculo con la comunidad se ha estrechado más si cabe, al convertirs­e sus instalacio­nes en uno de los principale­s centros de vacunación. La competenci­a de Hollywood y la playa es dura, pero mantienen dignamente el tipo.

Los Brooklyn Dodgers fueron uno de los mejores equipos de las décadas de los cuarenta y cincuenta, pero los Yankees les habían derrotado en las Series Mundiales del 41, 47, 49, 52 y 53. En el 55 finalmente se tomaron la revancha, pero dos años después abandonaro­n a sus hinchas. Muchos niños y no pocos mayores lloraron aquel día de mayo del 57. Aún no han sido perdonados.

Su exilio tuvo que ver con la populariza­ción del coche y la marcha de las clases medias a los suburbios

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DAVID ZALUBOWSKI / AP Justin Turner, tercera base de los Dodgers, después de batear
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