La Vanguardia

Netanyahu logra el primer turno para intentar la investidur­a

El presidente de Israel, Reuven Rivlin, lo designa pese a sus reservas éticas

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Beniamin Netanyahu lo volverá a intentar. El presidente de Israel, Reuven Rivlin, le encargó ayer al mediodía la responsabi­lidad de formar gobierno. Pero su investidur­a no está ni mucho menos garantizad­a.

Algo que el propio Rivlin señaló, tras calificar su decisión como “ética y moralmente difícil”, en una alusión inequívoca a la situación procesal de Netanyahu, investigad­o por corrupción.

Sin embargo, el presidente –exmiembro del Likud– optó por Netanyahu “por considerar que cuenta con unas posibilida­des ligerament­e mayores”.

Eso sí, en contra de la tradición, no se lo comunicó ayer personalme­nte, sino por mensajero. Ni se reunió por la tarde con él, en la apertura de la Kneset.

Aunque lo importante, para Netanyahu, es su posición de ventaja a la hora de captar tránsfugas de las filas contrarias, en las cuatro semanas que tiene por delante –prorrogabl­es a seis– para intentar alcanzar la cifra mágica de sesenta y un diputados.

En los últimos comicios, el Likud ha sido claramente la fuerza más votada, obteniendo 30 de los 120 escaños en juego. El apoyo de sus aliados ultraortod­oxos y ultranacio­nalistas eleva dicha cifra hasta los 52.

Sin embargo, ni siquiera añadiendo a Yamina, el partido de la derecha sionista de Naftali Bennet, logra una mayoría para ser investido primer ministro, algo que necesitarí­a el concurso de los islamistas de Mansur Abbas, rechazados por sus aliados antiárabes –a la par que homófobos– de Sionismo Religioso.

Así que, de no lograrlo, hará lo imposible para que haya nuevas elecciones, las quintas en poco más de dos años. Pero antes de eso, el centrista Yair Lapid –17 escaños– deberá contar con su oportunida­d, como la tuvo en bandeja Benny Gantz antes que él.

Sin embargo, su Yesh Atid necesitarí­a igualmente concertar un difícil matrimonio de convenienc­ia entre la derecha sionista y los islamistas, además de aglutinar todo lo que hay entre la izquierda y el centrodere­cha.

La oferta de Lapid, de turnarse en el poder con Bennet –cediéndole el primer turno– no ha sido de momento atendida. Pero del mismo modo que nadie puede dar por muerto a Netanyahu, tampoco pueden descartars­e extraños compañeros de cama –aunque solo sea por una tarde– para terminar con los doce años ininterrum­pidos de Netanyahu.

Pero el fantasma de nuevas elecciones tiene en contra el haz de luz que procede de los juzgados. Un telón de fondo explosivo con las declaracio­nes de testigos contra Netanyahu, que empezaron ayer mismo, pese a sus protestas “por este golpe de Estado”.

No menos determinan­te podría ser su condición de obstáculo para una relación fluida con EE.UU., gran patrocinad­or y aliado del Estado de Israel. Allí, tanto la comunidad judía norteameri­cana –alineada con el Partido Demócrata– como el propio presidente Joe Biden repudian el extremismo y la marrullerí­a de Netanyahu. Por otro lado, saboteador en jefe de cualquier acercamien­to entre Washington y

El actual premier cuenta con la ventaja de salida para inclinar a su favor a los potenciale­s tránsfugas

Teherán, como el que tenía lugar ayer mismo en Viena.

En cualquier caso, Netanyahu va a seguir sacando conejos de la chistera. En Sudán, la junta militar daba ayer un primer paso para abolir el boicot comercial a Israel, en vigor desde 1958. “Vamos a hacer un gobierno fuerte, muy fuerte”, asegura.

Mientras tanto, la madrugada del lunes, en un puesto de control de una aldea al sur de Ramalah, un conductor palestino, Osama Mansur, moría por disparos de soldados israelíes, que dijeron actuar en defensa propia tras adivinar una intención homicida en su aceleració­n. La esposa del fallecido, Sumaya, con heridas de bala, niega rotundamen­te la versión de las fuerzas israelíes.

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ALEX KOLOMOISKY / EFE Netanyahu, en primer plano, junto a Gantz, ministro de Defensa, ayer en la Kneset

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