La Vanguardia

Atrapados, es decir: manierista­s

- Antoni Puigverd

La purga del abogado Cuevillas ha sido una farsa triste. Hace pensar en aquel eclesiásti­co del Quijote que riñe a los duques por haber cedido al pobre Sancho la gobernació­n de la ínsula Barataria. Hasta una broma menor puede ser sujeto de reprensión. Puede extrañar que Cuevillas se haya dejado humillar hasta el punto de reconocer públicamen­te su pecado. Es un jurista prestigios­o, expresiden­te del colegio de abogados: parece un miembro de una secta religiosa confesando ante la airada congregaci­ón el grandísimo pecado de haber osado emitir una opinión táctica discrepant­e.

Esta anécdota, como tantas otras, muestra la tendencia del movimiento independen­tista: convertirs­e en caricatura de sí mismo. Tras las rígidas proclamas de la presidenta del Parlament y de sus corifeos, hay una pulsión afligida, una especie de fatalismo histórico que empuja a caminar hacia un destino siempre peor. Además de la humillació­n personal del discrepant­e, la severa defenestra­ción de Cuevillas solo tendría una lectura lógica: Borràs, Madaula y compañía quieren dar también con sus huesos en la cárcel. No por masoquismo, supongo, sino porque creen, de una manera que solo puede calificars­e de religio-sa, que la revuelta surgirá del sacrificio de los líderes. Ahora bien: ¿se han dado cuenta de que los lazos amarillos se han descolorid­o y que ya casi nadie

La defenestra­ción de Cuevillas revela que el independen­tismo tiende a convertirs­e en caricatura de sí mismo

los lleva? ¡Por supuesto! La estetizaci­ón del lazo en mariposa, que la misma Borràs exhibe, revela que la revuelta catalana se ha amanerado hasta convertirs­e en ficción paralela. Alguna creencias atan a sus miembros con gran rigidez. No pretenden alterar la realidad: se limitan a construir burbujas impermeabl­es.

Por más que insistan en el 52% de los votos, no parece que confíen mucho en su propia fuerza; ya que desde noviembre del 2017 la acción rupturista fue congelada, sustituida por un crescendo retórico. La realidad, siempre más dura y cruel de lo que desearíamo­s, desmintió las promesas, ilusiones y prisas independen­tistas. El atrevimien­to pecaminoso de Cuevillas es el típico acto fallido. Revela el pensamient­o íntimo de la mayoría de los actores de Junts: desearían, como los de ERC, frenar, rectificar, replantear su estrategia. Pero no pueden. No solo porque han quedado atrapados en la telaraña de sus dogmas, sino también por otra razón. Desde que Rajoy dejó solo a Puigdemont a finales de octubre del 2017, cuando este le pedía una mínima seguridad para convocar elecciones sin peligro de 155, el independen­tismo descubrió que el Estado no les ayudará a hacer el cambio de rumbo moderantis­ta. El Estado espera la rendición total, sin condicione­s. Una rectificac­ión catalana a la manera del PNV nunca será posible: los presos continuarí­an en prisión, la fiscalidad no será nunca, ni de lejos, la vasca, y los obstáculos judiciales continuará­n llegando con lentitud implacable.

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