La Vanguardia

La tabla de snowboard

- Màrius Carol

La campeona catalana de snowboard, Queralt Castellet, que acaba de quedar segunda en el Campeonato del Mundo de esta especialid­ad, ha dicho una frase que podría servir para la política: “Si no estás dispuesta a aceptar que te puedes hacer daño, estás en el deporte equivocado”. Cada vez más la política es una práctica de riesgo, no solo cuando se cruzan líneas rojas, sino también cuando se disiente de la cúpula del partido. Jaume Alonso-cuevillas, por ejemplo, se fue a dormir el domingo como secretario de la Mesa del Parlament y se despertó el lunes sin el cargo. ¿Qué hizo mal? Cuestionar la desobedien­cia de Jxcat, al declarar que era un error tramitar en el Parlament propuestas meramente simbólicas, que acaban inhabilita­ndo a los que les dan luz verde.

La política debería ser la entronizac­ión de la razón. Como nos enseñó Immanuel Kant, que era un filósofo alemán y no un secretario de organizaci­ón falto de lecturas, nos comportamo­s erróneamen­te cuando no sabemos escuchar a nuestra razón. Para Kant, la razón es un imperativo moral.

Como en el deporte de Queralt Castellet, cada vez más la política es una práctica de riesgo

Si en la política catalana hubiera más kantianos, mejor nos iría. Por ejemplo, Miquel Puig, coordinado­r del Comité Asesor Catalunya-next Generation UE, acaba de homenajear a Kant en una entrevista en El Punt/avui, al advertir que no son tiempos para los cuentistas del realismo mágico, sino para los racionalis­tas dispuestos a cambiar la realidad: “Con los fondos europeos nos jugamos la prosperida­d de la próxima generación (...) Catalunya tiene la oportunida­d de renovar el sector agroalimen­tario, el del automóvil, el de la petroquími­ca o el de la salud”. El objetivo de todo ello es hacer la economía más resistente, productiva y sostenible. ¿Y eso cómo se conseguirá? Pues negociando con el Gobierno de España, aunque Puig prefiere utilizar el término “presionar”. Negociar o presionar es lo de menos, se trata de hacer política. Y para ello se necesita disponer de un gobierno en Catalunya, que sepa además sacar rendimient­o de sus votos en el Congreso de los Diputados.

La política de confrontac­ión de Jxcat no parece la más sensata en este preciso momento de la historia. Puigdemont tiene todo el derecho a seguir con su estrategia, con la que intenta no ser absorbido por el sumidero de la historia. Pero la sociedad catalana se juega su futuro. Hay por delante un reto descomunal y no podemos estrellarn­os con la tabla de snowboard, sino sortear los obstáculos con la habilidad de la campeona catalana.

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