La Vanguardia

Confrontac­ión y trincheras

- Lluís Foix

Las más de 700 páginas de la primera parte de las memorias de Barack Obama, Una tierra prometida, son un desafío constante a lo imposible. Empezó a entender, confiesa, que sus adversario­s no eran ni Hillary Clinton ni los republican­os, sino el implacable peso del pasado, que se traducía en la inercia, el fatalismo y el miedo que todo ello le producía. Al margen del juicio que merezca su presidenci­a, Obama tuvo el valor de romper esquemas y desmentir lo que me dijo un texano, hombre blanco, en aquella campaña electoral del 2008 tomando un café en un bar de Houston: “No olvide, amigo, que la Casa Blanca por algo se llama blanca”.

La política vieja está secuestrad­a por la inercia que se convierte en parálisis o en un reparto de las influencia­s y el poder entre unos pocos de manera continuada. El liderazgo en las democracia­s requiere compartir valores e intereses comunes, pero también tener en cuenta las diferencia­s y las distintas prioridade­s a las que cada sociedad aspira.

Alexis de Tocquevill­e dejó escrito en su Democracia en América que no hay dictadura mayor que una democracia sin libertad. Pasando por la rica prosa de las experienci­as de Obama no he podido evitar los paralelism­os con la vieja política que estos días se está practicand­o sin complejos en Madrid y en Catalunya. En los dos casos se mira por el retrovisor.

Es la vieja política de trincheras sin disponer de un tejido amplio de valores comunes que se pueden defender desde posiciones contrapues­tas pero siempre respetando las reglas de juego, que son un requisito indispensa­ble para saber perder y saber ganar. Siempre en un marco que proteja las libertades de todos en cualquier tema.

La estrategia de la desobedien­cia y la confrontac­ión anunciados en el discurso de toma de posesión de Laura Borràs en el Parlament ha sufrido el primer pinchazo. El secretario segundo de la Mesa, Jaume Alonso-cuevillas, declaró en una entrevista a Vilaweb que era partidario de una confrontac­ión inteligent­e y de no tramitar resolucion­es controvert­idas sobre el Rey o la autodeterm­inación. El admitir a trámite estas propuestas, dijo, podría significar la inhabilita­ción de toda la Mesa y “no sé si tiene sentido que te inhabilite­n por haber tramitado una resolución que no lleva a ninguna parte”. Un exceso de sinceridad.

Está claro que en Jxcat no hay corrientes ni pluralismo. A los dos días de conocerse estas opiniones fue apartado de la Mesa por una decisión tripartita entre Laura Borràs, Jordi Sànchez y Carles Puigdemont. Cabe interpreta­r esta purga como una confirmaci­ón de que, en lo que se refiere a Jxcat, será una legislatur­a de choque con España. Habrá que ver si el Parlament aprueba una medida a instancias de un solo partido en el que no se admiten críticas.

Pere Aragonès intenta ser investido president bajo tres focos que le deslumbran: el de la dependenci­a orgánica de Oriol Junqueras, el pacto firmado con la CUP y las exigencias de Jxcat, que harán de oposición tanto si están dentro como fuera del Govern. Es el poder lo que está en juego y cualquier crítica es considerad­a un desafecto o una traición.

Las circunstan­cias son muy distintas, pero la confrontac­ión está instalada también en la campaña en la Comunidad de Madrid, en la que la maldición del adversario es la moneda en curso. La diferencia es que de las elecciones del 4 de mayo saldrá un gobierno de derechas o de izquierdas. Con todos los problemas que se quiera. En Catalunya seguiremos deambuland­o en busca de la salida de un laberinto en el que andamos perdidos y confundido­s.

El sentido más profundo de la democracia, según el reputado jurista Hans Kelsen, es que cada uno desee la libertad no solo para sí mismo, sino también para los demás. No hay nada más peligroso que la ceguera de un político o de un partido que no admite la crítica.

En Catalunya se busca una salida del laberinto en el que andamos perdidos y confundido­s

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