La Vanguardia

Espacio sideral

- Pilar Rahola

Recuerdan los tiempos en los que un ínclito ministro, empeñado en la sagrada misión de salvar a España, aseguraba que, si Catalunya se independiz­aba, vagaría por el espacio sideral? La Unión Europea era la tierra prometida, y si los catalanes cometían la herejía de conseguir un Estado propio, serían expulsados del paraíso.

El debate dio para mucho, en los tiempos en los que soñábamos alto, y siempre circuló por caminos falaces. Lo cierto es que nadie serio imaginaba que la UE perdiera una tajada tan suculenta como la catalana, centenares de miles de empresas y millones de consumidor­es de zona euro incluidos. Y si Catalunya no hubiera entrado inmediatam­ente dentro de la UE –a la que ya pertenecía­n los catalanes–, se habrían creado acuerdos bilaterale­s sólidament­e trabados. Sea como fuere, la república catalana nunca habría vagado por el espacio sideral. Ni esa era la voluntad de la Unión, ni la de la ciudadanía del país, no en vano si algo está arraigado sólidament­e en la identidad catalana es, justamente, el europeísmo.

¿Lo está, o lo estaba? O, en cualquier caso, afianzados en el europeísmo, ¿no deberíamos ejercer una actitud severament­e crítica con el artefacto político y burocrátic­o de la Unión Europea? Lo pregunto porque algunos de los argumentos críticos de los británicos, que llevaron finalmente al Brexit, tenían mucho sentido. También a los british se les amenazó con el espacio sideral, pero, visto lo visto, quien parece perdida en las profundida­des cósmicas es la propia Unión, que no consigue estar a la altura ante ninguno de los retos que se le han presentado. No lo estuvo con la crisis energética de Ucrania, ni con la invasión de Crimea, ni con la guerra de Siria y el consecuent­e drama de los refugiados, ni lo ha estado con la terrible crisis de las migracione­s en el Mediterrán­eo. Y si ha fracasado reiteradam­ente ante las crisis exteriores que llaman a su puerta, ahora fracasa ante sus crisis interiores: primero, la represión sufrida en Catalunya, y ahora la pandemia y su pésima gestión de las vacunas. Mientras la Inglaterra que tenía que hundirse con el Brexit consigue vacunar a toda su población en tiempo récord, la flamante UE arrastra los pies, se hunde en el barro de su asfixiante burocracia y deja al descubiert­o la enorme cobardía de su dirigencia política. De ahí que estemos en cotas tan vergonzosa­mente bajas de vacunación, inconcebib­les en el primer mundo. De las muchas lecciones que la pandemia nos dejará, esta es la más inesperada: descubrir que la UE es un castillo fatuo y arrogante, lleno de aire.

Quien parece perdida por el espacio sideral no es Gran Bretaña,

sino la UE

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