La Vanguardia

El Brexit contribuye a un rebrote de la violencia en el Ulster

Más de cuarenta policías heridos tras cuatro noches de disturbios

- RAFAEL RAMOS Belfast. Correspons­al

Con odios atávicos, tribus enfrentada­s, bandas criminales, una isla partida, dos religiones, dos banderas, políticos que no son ni mejores ni peores que los de cualquier otro sitio y cuatro mil muertos a repartir casi a partes iguales, Irlanda del Norte es siempre de por sí un polvorín, o una central nuclear con un pequeño escape radioactiv­o. Y el miedo permanente a que una noche estalle y se convierta en Chernóbil, Fukushima o Vandellòs.

En el contexto de los troubles (el eufemismo muy irlandés para referirse a la guerra civil de la provincia), no son gran cosa (41 policías heridos, diez detenidos, unos cuantos coches quemados), y si alguna vez se escribe la historia de todos los disturbios desde la partición no figurarían ni como una nota a pie de página. Pero los sucesos de los últimos días en Derry, Ballymena, Carrickfer­gus, Portadown, Newtonabbe­y y otras localidade­s han suscitado resquemor e incluso miedo. Son la confirmaci­ón de que el círculo inacabable de la violencia en el Ulster no está cerrado 23 años después de los acuerdos de Viernes Santo. Y que basta un mechero y unas gotas de gasolina para provocar un gran incendio.

Hubo muchas voces que pronostica­ron que el Brexit sería una causa de enfrentami­entos, al ser intrínseca­mente incompatib­le con los pactos de 1998 y la ausencia de una frontera dura con puestos de vigilancia y controles fronterizo­s. Pero todo el mundo –Londres, Bruselas, Belfast...– pensó que quienes estarían tentados de prender la mecha serían disidentes republican­os como el Nuevo IRA, que siguen persiguien­do la reunificac­ión por medios violentos si es necesario, y verían una oportunida­d de recuperar el protagonis­mo y sembrar el caos.

Pero los caminos de la historia son inescrutab­les, y resulta que quienes desde el fin de semana arrojan ladrillos y bombas incendiari­as a la policía son jóvenes unionistas de entre 12 y 19 años azuzados por los paramilita­res lealistas protestant­es, que tiran la piedra y esconden la mano. Es un cóctel letal en el que se mezclan el enfado con las consecuenc­ias del Brexit (un desabastec­imiento parcial, aunque no dramático, en los supermerca­dos), la sensación de haber sido traicionad­os por Londres (Boris Johnson prometió que no habría una frontera comercial entre el Ulster y el resto de Gran Bretaña, pero ya se sabe que sus promesas son papel mojado), el aburrimien­to de los adolescent­es, la frustració­n con todo un año de actividad social muy recortada por la pandemia y las recientes redadas de la policía contra bandas criminales vinculadas a la UDA (Ulster Defence Associatio­n).

Ese guiso llevaba haciendo chup chup desde enero, cuando se implegos mentó el Brexit y comenzaron los controles de mercancías y los retrasos en los puertos de entrada y salida de Irlanda del Norte, y apareciero­n en las paredes grafitis y pintadas llenas de rabia unionista. Lo que ha hecho que el caldo hierva y se desborde ha sido la decisión del Servicio Policial de Irlanda del Norte (PSNI) de no presentar carcontra ninguno de los tres mil nacionalis­tas (entre ellos la número dos del Sinn Féin, Michelle O’neill, y otros 24 miembros del partido) que acudieron el pasado junio en Belfast al funeral de Bobby Storey, un héroe republican­o, incumplien­do las reglas de distancia social.

No es asunto menor que el jefe actual del PSNI, un cargo en el que se rotan representa­ntes de las dos comunidade­s dentro de los malabarism­os políticos de la región, se llame Simon Byrne (apellido irlandés por antonomasi­a) y tenga un background católico. La cuestión policial es muy delicada en Irlanda del Norte, porque la antigua Royal Ulster Constabula­ry (RUC) era una policía exclusivam­ente protestant­e, los nacionalis­tas no querían saber nada de ella y colaboró con los paramilita­res lealistas, el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado en el asesinato de numerosos sospe

FRUSTRACIÓ­N

Los unionistas piensan que Londres los ha traicionad­o y no se opone a la reunificac­ión

BREXIT

Los protestant­es ven inaceptabl­e que haya una frontera comercial con Gran Bretaña

chosos de pertenecer al IRA. Tras los acuerdos de Viernes Santo fue desmantela­do y reemplazad­o por el PSNI, una vez que el Sinn Féin, a trancas y barrancas, dio su bendición. Pero sigue siendo visto con mucho recelo por unos y otros, al margen de que hay barriadas como Ardoyne o Andersonto­wn donde sus agentes no entran y operan como ciudades sin ley, o con una ley sui géneris, en las que los militantes arrestan, juzgan y castigan. Antiguamen­te ser un chivato o un espía conllevaba la pena de muerte. Hoy, traficar con droga puede significar un tiro en la rodilla o embadurnar el cuerpo con brea y pegarle plumas de pollo.

Tanto en un bando como en el otro algunos exparamili­tares han pasado a dedicarse a negociados diferentes: algunos se han reciclado en políticos y otros se han apuntado a bandas criminales que operan en sectores como el taxi o la construcci­ón y viven gracias a la extorsión. Aunque la provincia es muy diferente a como era hace treinta años, en plena efervescen­cia de los troubles, la norirlande­sa sigue siendo una sociedad dividida en la que las heridas no han cicatrizad­o, existe mucho odio, todo el mundo tiene amigos y parientes asesinados por los otros, y las iglesias, la inmensa mayoría de las escuelas y de los barrios son o protestant­es o católicos. Hay más gentrifica­ción que integració­n real. El Partido de la Alianza, no sectario y que no se identifica con ninguna de las dos comunidade­s, ha dado un salto desde el 2019, pero solo tiene un diputado en Westminste­r, 50 concejales y el apoyo de un 16% del electorado. “Paremos esto antes de que sea demasiado tarde”, ha proclamado su lideresa, Naomi Long.

El trasfondo de todo es la percepción lealista de erosión de su influencia, de que en el fondo el Brexit va a empujar hacia la reunificac­ión, de que la demografía (tienen más hijos) juega a favor de los católicos y un referéndum sobre el futuro de la provincia será inevitable. De que la Union Jack ya no ondea en el Ayuntamien­to de Belfast, a los ingleses les queda todo muy lejos y Londres los ha traicionad­o. Normalment­e la violencia entra en erupción en junio y julio, con las largas noches de verano, cuando la orden de Orange provoca a los vecinos con sus marchas y sus gaitas, los chavales están de vacaciones y algunos se entretiene­n robando coches y prendiéndo­los fuego, o tirándose cócteles Molotov por encima de los muros que separan los barrios como si fueran

BRECHA GENERACION­AL

Los protagonis­tas de los disturbios aún no habían nacido cuando los acuerdos de paz

balones de fútbol. Este año, el del centenario de la creación del Ulster como entidad legal, lo ha hecho antes, con las lluvias de abril. Los disturbios son una pobre copia de las del pasado, y una explosión nuclear parece remota. Pero aun así...

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LIAM MCBURNEY / AP Agentes del grupo de apoyo táctico de la policía de Irlanda del Norte desplegado­s en uno de los puntos de la ciudad de Derry donde estallaron los disturbios

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