La Vanguardia

Un día de mitin con Madariaga

- Màrius Carol

Conocí a Julen Madariaga, uno de los más activos fundadores de ETA, durante la campaña a las elecciones vascas de 1998. Su muerte el martes, a los 88 años, me ha permitido recordar las horas que pasé con él al lado de Antoni Batista, uno de los periodista­s que más han estudiado sobre lo que el llamó “la guerra vasca” en uno de sus libros. El periodismo necesita de la curiosidad, así que la perspectiv­a de conocer a uno de los que crearon el monstruo de ETA me resultó atrayente, aunque no podía quitarme de la cabeza el tremendo dolor que esta decisión había causado. Madariaga había sido encausado en el proceso de Burgos, no abandonó la organizaci­ón tras la aprobación del Estatuto de Gernika en 1980 y fue encarcelad­o durante cuatro años en Francia. En la biografía que publicó en el 2014, titulada En deuda con la verdad, asegura que la agresión física que sufrió por parte de José Antonio Urrutikoet­xea, compañero de prisión, le hizo abandonar la banda. Antes, el asesinato de Yoyes –la primera mujer dirigente de ETA, que fue tiroteada por la propia

Conocí al fundador de

ETA cuando en voz baja manifestab­a que la violencia era un error

organizaci­ón al querer abandonar las armas y reintegrar­se en la vida civil– le hizo replantear su posición con respecto a la violencia. Cuando le conocí, trabajaba como abogado y se había alejado de Herri Batasuna a raíz del asesinato de Gregorio Ordóñez.

Recuerdo que aquel mismo día por la mañana fui a los estudios de Onda Cero para participar en la tertulia y, pasando por delante de un cuartel de la Policía, fui insultado por un individuo que debió de ver en mi chaqueta y mi corbata la indumentar­ia de un inspector del cuerpo. Me quedé de piedra. Fui a buscar a Madariaga en mi coche, y con él fuimos a un mitin de HB en Barakaldo, ya sin corbata. “Julen firmaba autógrafos como si fuera un cantante de rock. Ir con Julen era como llevar un pase de libre circulació­n. Nos franqueó puertas y sin darnos cuenta estábamos en la fila vip del acto político”, escribió Batista en uno de sus libros.

El mitin final de HB intimidaba. Madariaga en cambio, era un personaje afable, de noble ascendenci­a, doctorado en Cambridge, que no encajaba en el arquetipo de fundador de ETA y exmiembro de su aparato. Medía sus palabras, admitía la crítica y en voz baja manifestab­a que la violencia no conducía a la independen­cia sino al dolor. Pensaba, como Jean Jaurès, que la violencia era sobre todo una debilidad. Quiso escribir sus memorias como una necesidad vital, aun sabiendo que no hay palabras para justificar tanta sangre inútilment­e vertida.

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