La Vanguardia

Pasión por el periodismo

- Jordi Amat

Una columna suya de Semana Santa me pisó el argumento. Hacía días que buscaba la manera de escribir sobre El camarote del capitán, las memorias que Màrius Carol ha publicado rememorand­o su etapa de director del diario. El artículo que me bailaba por la cabeza debía permitirme agradecer su confianza, pero no podía ser una página pelota. Mi idea era construir una pieza elegante y de reconocimi­ento, mostrando su vivencia apasionada por el periodismo.

Para hacerlo partiría de dos fotografía­s. Una es de mediados de los setenta. Se le ve de perfil, lo acompaña un compañero del Correo y charla con Josep Tarradella­s en la puerta del château de Saint-martin-le-beau. De aquella entrevista, que hicieron medio a escondidas del principal accionista aprovechan­do que el director no estaba, habla en el libro. La otra fotografía, en blanco y negro, la colgó en la red Enric Canals cuando murió Carlos Pérez de Rozas. Es una estampa de jovial confratern­ización que transmite alegría. Están ellos dos, Ràfols y Carol. Están acabando la comida. Pueden pedir una copa de cava, pero en la mesa también hay una botella de agua de plástico. Detrás de sus sonrisas cuelga un retrato de Marilyn Monroe. Cuando se instaló en el despacho de director, según explica ahora, lo primero que hizo Carol fue colgar un retrato de ella.

La descripció­n de las fotografía­s me permitiría trazar tres parábolas. Del inicio de su trayectori­a a la plenitud que es la dirección del diario. De la entrevista con el presidente exiliado a las conversaci­ones con presidente­s del gobierno o de la Generalita­t. De los primeros compañeros al equipo con el que reorientó el rumbo editorial del transatlán­tico de los Godó mientras la dirección del país seguía avanzando hacia el naufragio. Este es el tema del libro.

El de la relación entre las élites políticas catalanas y españolas con el medio central del cuarto poder local que quiere informar a la vez que intentaba evitar el choque. Este es el tema y el ejercicio de dirección. El de la responsabi­lidad de escoger las palabras de un editorial o la selección de una fotografía de portada o comandar la redacción mientras la ansiedad atrapa al país y, al mismo tiempo, debe informarse del desbordami­ento de una sociedad que necesita la estabilida­d para funcionar.

De las escenas desconocid­as me centraría en la comida con la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría y aquello que Miquel Roca sugirió al director para transmitir a la vicepresid­enta. En el libro se habla de más de una y más de dos reuniones para intentar evitar el colapso. Y la Moncloa, si escuchó, al fin no arriesgó nada. ¿Aún valen aquellas buenas ideas? ¿Hasta dónde llegó la implicació­n de las élites? ¿Durante aquellos años cuánta gente trató de encauzar el conflicto que aún nos paraliza? ¿Cumplieron los medios de comunicaci­ón con su función?

El artículo funcionarí­a si supiera conectar la crónica del proceso desde la dirección de La Vanguardia con el goce de la vida que Màrius ha hecho inseparabl­e de una auténtica pasión por la profesión. Cerraría la pieza citando la necrológic­a que escribió cuando murió Pérez de Rozas. “Se ha ido uno de los nuestros”. ¿Quiénes eran? Los periodista­s que se estrenaron durante la transición y que entendiero­n la redacción como un parlamento de papel que ejerce una función democrátic­a. Y remataría con una escena de las memorias, cuando sale del despacho y descubre que Carl Bernstein es el veterano que pasea por la séptima planta. Todo me hubiera cuadrado porque su crónica del 25 de octubre del 2017 en el diario transmite el magnetismo de los días míticos del Post. Pero hace una semana escribió sobre el Watergate, confesando que “los jóvenes periodista­s soñábamos con ser como ellos”. ¡Lástima! No esperaba que me pisase el argumento con una columna que, como sus memorias, muestra el proyecto de una vida.

Màrius Carol rememora su etapa de director del diario en el libro que acaba de publicar

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