La Vanguardia

El carnet del buen catalán

- Joaquín Luna

Me ha faltado valor frente al ordenador para crearme la “identidad digital” expedida por el Consell per la República a pesar de sus ventajas, la cuota –inferior a un cubata en el Dry Martini– y esa frase publicitar­ia que me ha robado el corazón: “Comienza a descubrir las posibilida­des que nos permiten ir desconecta­ndo del Estado”.

He tenido a tres clics aquello que nunca alcanzaré: la condición de buen catalán. Esa tranquilid­ad de estar en el lado confortabl­e y pata negra de la sociedad al que, algún día, premiarán la historia, la república o esos bisnietos que, la verdad, me importan un carajo.

Un carnet, un carnet de bambú, por aquello del medio ambiente, que no servirá para nada –como tantas ocurrencia­s de los últimos tiempos en Catalunya– salvo para materializ­ar algo inquietant­e que se veía venir: hay buenos y malos catalanes. Los buenos tendrán su código QRI y los malos comprarán en Sepu, almacenes modestos y preconstit­ucionales cuyo eslogan era “quien calcula compra en Sepu”.

No estamos ante un carnet del Club Super3, de los amigos del Tibidabo o del RACC, de ahí que uno no se lo tome a pitorreo, sino ante la culminació­n de la filosofía de cierto independen­tismo, aquella que ha permitido borrar mentalment­e del conflicto Catalunya-españa a la mitad del país: el catalán de pro, el único que ama su tierra, el que no podría expresarse en otra lengua, ya tiene una acreditaci­ón distintiva.

Esta tarjeta de bambú no está hecha para llevar en la cartera –una más–, sino para ser interioriz­ada a fin de distinguir­se entre la masa de conciudada­nos que van tirando, desgoberna­dos y recelosos de la simple astracanad­a de crear un Estado paralelo y privado, sin control de datos, que aspira a catalogar el tipo de ciudadano que eres. ¿Buen o mal patriota?

Antes de poder pasar lista, hay que tener una lista. Son 93.307 los inscritos a miércoles 7 de abril a las 11 horas. Alguien podría decir que son cuatro gatos –no le faltaría razón–, pero se trata de gatos que duermen seguros y andan sobrados de identidad, de modo que se atreven a promociona­r semejante registro. Ya sospechaba que en Waterloo tienen un concepto particular del ciudadano, sea en monarquía o república.

Yo seguiré comprando en Sepu o donde no me pidan el carnet aunque sirva para entrar en el Up&down o el paraíso catalán.

El carnet materializ­a el un país, dos identidade­s: el buen catalán y los que compran en Sepu

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