La Vanguardia

La vejiga de Brahe

- Daniel Fernández

El otro día fui al CCCB a visitar la muy recomendab­le exposición sobre Marte –la han llamado El espejo rojo– y entre el recuerdo del Ares de los griegos y la numerosa iconografí­a pulp, me encontré también con un retrato de Tycho Brahe, astrónomo danés que en el siglo XVI propuso un modelo intermedio entre la teoría geocéntric­a de Ptolomeo y la teoría heliocéntr­ica de Copérnico. Hombre de un mérito extraordin­ario, tenaz observador de la bóveda celeste, descubrió una supernova (la llamó Stella Nova, nueva estrella) y fue el gran creador de tablas astronómic­as que luego aprovechar­on Kepler –muy significat­ivamente– y el propio Newton. Hay que tener en cuenta que sus mediciones eran observacio­nes sin telescopio, pues es el último de los grandes astrónomos anteriores al invento. No les voy a aburrir con sus enunciados de leyes planetaria­s, ni siquiera con su descubrimi­ento del movimiento retrógrado de Marte, pero no me resisto a contarles dos lances de su vida absolutame­nte apasionant­es.

En el primero, este aristócrat­a de gran familia se bate en duelo tal vez por una predicción fallida, en unos tiempos en los que astronomía y astrología no andaban tan lejanas. Como consecuenc­ia, pierde el apéndice nasal cuando solo es un veinteañer­o y debe soportar toda su vida la mutilación infamante de su rostro, que parece ser que ocultaba con falsas narices labradas en oro y en plata.

Protegido del rey Federico II, abandona Dinamarca tras la muerte de su soberano y es requerido por Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio germánico. A su servicio, fallecerá en Praga en 1601.

¿Y de qué murió Brahe? Pues –y he aquí la segunda anécdota– podríamos decir que de un ataque de dignidad. O tal vez por decoro. El matemático y astrónomo asistía a un banquete formal ofrecido por el propio emperador, su benefactor. Así que cuando Brahe sintió la llamada de la naturaleza, cruzó las piernas y resistió hasta más allá del límite de sus fuerzas. No se levantó para no desairar al emperador y la tradición quiere que le estallase la vejiga y muriese a consecuenc­ia de ello en unos días.

Por supuesto, y como con tantas cosas de la historia, vayan ustedes a saber. De hecho, aún no hace demasiado tiempo que desenterra­ron su cadáver y descubrier­on en él enormes cantidades de mercurio –la alquimia también formaba parte de sus intereses–, que pudiera ser el envenenami­ento que lo llevó a la tumba.

Pero la idea del matemático imperial que no se levanta para orinar hasta que muere por haberse retenido en demasía es demasiado brillante como para desecharla sin más. Incluso si fue una maledicenc­ia de Kepler, que algo de tiña le tuvo en vida.

Ahora podrían ustedes preguntars­e y preguntarm­e a qué viene esto. Y por qué satélites de Marte –que son dos, Deimos, que es el dolor pero también el terror, y Fobos, que es el pánico; ambos combaten junto a Ares– les he venido a contar esta muerte absurda pero sacrificad­a.

La respuesta es que la dignidad, como el honor, es una bella palabra que puede enmascarar comportami­entos notablemen­te dañinos para uno mismo y hasta para los demás. Al fin y al cabo, si Brahe hubiese roto el rígido protocolo de la corte imperial, hubiera podido seguir con sus mediciones, investigac­iones y teorías. Pero decidió seguir sentado por dignidad y por respeto a su empleador. Y eso, regresemos a la versión tradiciona­l, le costó la vida.

Me permito ahora someter al sagaz juicio de los lectores quién creo que tiene la vejiga expuesta en estos momentos en la política catalana y por respeto a quién. Porque hay varios candidatos –y también candidatas; no entremos en precisione­s anatómicas– que dudan entre hacérselo encima o reventar con, evidenteme­nte, suma dignidad y sin que se note. Espero que algunos entiendan que toda resistenci­a tiene un límite y que no les pase como al pobre Brahe. Cada día que pasa somos más marcianos…

La dignidad puede enmascarar actitudes dañinas para uno mismo y para los demás

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