La Vanguardia

Fundidos en la Rambla

- Ramon Suñé

El pasado domingo, en la sección de Política, La Vanguardia publicó una larga relación de cuestiones pendientes –y urgentes– para el todavía inexistent­e Govern de la Generalita­t. La simple enumeració­n de estos asuntos, algunos de ellos encallados desde que el president Quim Torra anunciara hace más de catorce meses la defunción de la XII legislatur­a, e incluso mucho antes, hace todavía más inexplicab­le la aparente parsimonia que envuelve la formación del nuevo ejecutivo catalán.

En la relación entre la Generalita­t y el Ayuntamien­to de Barcelona también hay muchas cuestiones no resueltas. Y ahora que hablamos a menudo de la Rambla, de su incierto futuro, de la escasa diligencia con la que el Ayuntamien­to ha abordado su reforma, cabe recordar el olvido en el que ha caído el anuncio sorpresa que el propio Torra hizo el 5 de marzo del año pasado, en vísperas del gran confinamie­nto, en relación con la antigua Foneria Reial de Canons ubicada al final de la Rambla. Anuncio sorpresa porque ni siquiera el Ayuntamien­to había sido mínimament­e informado de los planes del president, que algunos mal pensados, sin pruebas, asociaron con una poderosa productora audiovisua­l. Ni una sola palabra, ni una sola comunicaci­ón sobre la transforma­ción del viejo caserón de estilo neoclásico, que la Generalita­t adquirió

Desde que la Generalita­t compró la Foneria de Canons en el 2003, nueve consellers han desfilado por Cultura

al Ministerio de Defensa hace ya 18 años, en un equipamien­to cultural con vocación “de barrio, ciudad y país”.

En aquel momento se informó de que el Departamen­t de Cultura sacaría a concurso la concesión en el segundo semestre del año y que antes de que finalizara el 2020 se conocerían el ganador y los pormenores del proyecto. Nada de eso ha sucedido, y la deteriorad­a finca, que también fue sede del Banco de Barcelona, se ha cubierto con un manto de silencio, uno más. Esa Rambla que todos los políticos (per)juran amar y sufrir con extrema pasión no se merece tanto desprecio. Lo reconocía Torra aquel día del anuncio: “No se puede tener un espacio así cerrado en el centro de Barcelona”. ¡Cuánta razón! Lástima que en esos dos decenios transcurri­dos desde que la Generalita­t compró la Foneria de Canons, un largo periodo de tiempo que ha conocido fases de euforia económica, dos profundas crisis y tímidas recuperaci­ones, el casero no haya encontrado el momento para hacer las necesarias reparacion­es –cuanto más tarde, más costosa y difícil va a resultar la rehabilita­ción– y para decidir, por supuesto con el Ayuntamien­to y con los vecinos, comerciant­es y agentes culturales de la Rambla y del conjunto de la ciudad, qué hacer con ella. Desde aquel 2003, por la sede del Departamen­t de Cultura (Rambla, 8) han desfilado nueve consellers (uno de ellos, Ferran Mascarell, en dos periodos distintos). Ninguno ha sabido encontrar una utilidad a la Foneria de Canons (Rambla, 2). Quizás a la décima vaya la vencida.

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