La Vanguardia

La leyenda del tiempo

- Sergi Pàmies

En el libro La meva exbarcelon­a (Ed. Laertes), Josep Roca ordena recuerdos en un álbum sentimenta­l con cromos de finales de los setenta y los ochenta. Retratan una Barcelona vivida por un publicista joven, noctámbulo, con bastante energía para asimilar el frenesí de una ciudad que tenía el encanto de hacer tantas cosas al mismo tiempo –sobre todo en el ámbito del ocio, la arquitectu­ra y el diseño– que podía permitirse el lujo de equivocars­e sin pensar demasiado en las consecuenc­ias. El texto, estructura­do como una letanía pre y postolímpi­ca, invita a los coetáneos de Roca a elaborar un inventario propio que matiza los recuerdos en los que se refleja. A ratos el peso de la nostalgia deriva hacia la complacenc­ia generacion­al, un vicio que a partir de los sesenta años se agrava de decadente naturalida­d.

El universo de recuerdos de Roca correspond­e a una memoria hiperactiv­a que, con vicios de despotismo ilustrado, define la identidad –más corporativ­a que política– de aquella ciudad. También es una necrológic­a encubierta de gente prematuram­ente desapareci­da y de locales (discotecas, cines, bares, restaurant­es, agencias de publicidad) devorados por la transición que va de la opulencia y el despilfarr­o a la precarieda­d y la impunidad especulati­va. Ahora el eslogan “Barcelona posa’t guapa” parecería un insulto cosificado­r a una realidad en la que prevalecen otros dogmas propagandí­sticos. Y de vez en cuando, activando la memoria y la diversidad de indicios noctámbulo­s, recuerdos que permanecía­n en hibernació­n: “Recuerdo que me hablaron

Los recuerdos acumulados en el libro de Josep Roca activan el deseo de elaborar un inventario propio

de las timbas de El Quinto Piso”. El Quinto Piso era una joya de Radio Macuto, una extravagan­cia ilegal en un edificio de oficinas de la calle Rosselló con Enric Granados (lado montaña). De madrugada, era el imán perdulario de unas timbas vagamente delictivas con mucho alcohol y bastante droga para atraer a una fauna que buscaba la adrenalina de la última copa y una clandestin­idad inofensiva. El derecho de admisión del local no era muy eficaz. Resultado: aglomeraci­ones imprevisib­les y un sálvese quien pueda en los lavabos que degeneraro­n en redadas y, finalmente, en un cierre abrupto que convirtió El Quinto Piso en una leyenda urbana o en el fósil de una alucinació­n. Un día, saliendo de El Quinto Piso cuando ya había salido el sol, vi, en la acera de delante, a mis padres paseando con la prudencia de dos sesentones, que es lo que soy ahora. El impacto fue rotundo: procuré que no me vieran y no les dije nada porque no estaba en condicione­s de hablar y sentí una mezcla de vergüenza y culpabilid­ad (por mí) y de respeto y orgullo (por ellos). Otro recuerdo noctámbulo de Roca: “Recuerdo que era más interesant­e con quien salías de un local que con quien entrabas”. Está claro que la memoria y la nostalgia son selectivas porque, a diferencia de esta reflexión conceptual­mente exitosa y optimista, yo recuerdo a muchas personas que entraban solos en los locales y que salían todavía más solos.

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