La Vanguardia

Ni sofá ni chaise longue

- Isabel Gómez Melenchón

El sofá tiene mucho peligro para las mujeres.

Para empezar, encontramo­s el sofá de escay, ese monstruo sesentero desterrado ahora de las casas pero no de las cabezas. El sofá de escay era el súmmum de la liberación masculina, véase el escaqueo cuando después de comer había que recoger la mesa y lavar los platos. Poco importaba que ese día no hubiera fútbol, era zamparse el postre y, como si le hubieran dado a un resorte, levantarse el varón de la casa para repantigar­se en aquellos tresillos imitación de piel que tan bien casaban con los cuadros de caza plantados encima. Y de ahí a la cama, qué fatiga. Los canapés son ahora multifunci­onales y de diseño, pero siguen ejerciendo idéntica atracción cual imanes sobre los elementos masculinos, sobre todo cuando hay algo que hacer, es decir, siempre. Y además de fútbol, Netflix.

Luego tenemos las chaise longue, ya utilizadas por egipcios y romanos para ponerse morados sin tener más que estirar la mano... a las que les servían. Los franceses les dieron una pátina de elegancia, pero yo es oír la palabra, con la o de longue bien alargada, looooongue, y venírseme la imagen de una damisela lánguida y de los nervios, recostada en el terciopelo, y qué ganas dan de darle un puntapié, al canapé, no a la dama. Las sales, para el baño. Las chaise longue entroncan con aquellos divanes con los que se forraron Freud y asociados, no por el mobiliario, sino por lo que (se les) ocurría en ellos, como que lo del clítoris no es como lo otro, faltaría más. Yo es que es ver un diván y ponérseme el subconscie­nte de punta. Los pelos, también.

Recordemos la famosa “escena del sofá”, en la que Zorrilla hace decir al enamorado aquello de “¿No es verdad, ángel de amor, etcétera, etcétera?”. Pues no, no es verdad. Las declaracio­nes grandilocu­entes suelen ser el prefacio de actitudes ídem. Lejos, lejos. Y más lejos aún los sofás turcos, que como decoración nada que objetar, lo malo es cuando Recep Tayyip Erdogan se confunde y piensa que las mujeres forman parte del ornamento y nos pone en nuestro sitio. Yo, en esos casos, me levanto y me voy.

Freud con su diván y Erdogan con su canapé nos ponen ‘en nuestro sitio’

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