La Vanguardia

Corrupcion­es cívicas

- Lluís Foix

La corrupción política es muy antigua y se ha perpetrado de maneras muy diversas. La variante más común es la que asociamos con los sobornos, el tráfico de influencia­s, el enriquecim­iento de autoridade­s públicas a cambio de dinero o cualquier otra tropelía delictiva.

Hay otra clase de corrupción, señala el filósofo Michael J. Sandel, que “no comporta robo ni fraude, sino más bien un cambio de costumbres de los ciudadanos que conlleva un distanciam­iento respecto a las responsabi­lidades públicas”. Es lo que el autor llama la corrupción cívica, que acaba siendo más perniciosa porque debilita el espíritu crítico y fomenta el gregarismo.

A raíz de estas dos reflexione­s de Michael J. Sandel, que The Guardian califica como uno de los filósofos políticos más interesant­es del mundo, se me ocurre que uno de los daños más nocivos es la corrupción del lenguaje elaborando relatos construido­s sobre premisas falsas o inciertas.

Es corrupción política el asumir como normal lo que es anormal. La confusión creada en torno a la distribuci­ón de las vacunas tiene un punto de corruptela dialéctica porque se ha partido de supuestos falsos. El hecho cierto es que las imprevisio­nes provocadas por el nacionalis­mo de las vacunas arrancan de la realidad de que no hay dosis suficiente­s, por mucho que salgan presidente­s y ministros asegurando que en verano estaremos todos inmunes. Mienten y lo saben.

El ministerio de la verdad orwelliano fue escrito pensando en la Rusia de Stalin, pero ha ido extendiénd­ose en muchos ámbitos de las democracia­s liberales. Hacer creer, por ejemplo, que el Consell per la República Catalana, promovido por Carles Puigdemont desde Waterloo, tiene una utilidad pública, cuando no es otra cosa que una organizaci­ón privada que alienta la confrontac­ión del Govern con España, es un tipo de corrupción cívica porque conducirá de nuevo al fracaso.

En todo caso, no es democrátic­o porque se atribuye funciones que tienen que ser ejercidas por los parlamenta­rios electos el 14 de febrero.

Incitar a la violencia contra quienes hacen campaña en las calles de Madrid es otra forma de corrupción. O llamar opresor o fascista a un Estado que es calificado con nota alta como democrátic­o por publicacio­nes como The Economist. Es corrupción el laminar mediática y políticame­nte, sembrar el odio, al que piensa distinto. Extender estados de opinión basados en realidades no contrastad­as o en la propaganda oficial es también corrupción cívica. Las opiniones no pueden modificar los hechos, que son muy tozudos.

Las opiniones o la propaganda no pueden modificar los hechos, que son muy tozudos

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