La Vanguardia

ADIÓS A UN SIGLO DE HISTORIA BRITÁNICA

Muere Felipe de Edimburgo a los 99 años, de ellos 73 al lado de Isabel II

- RAFAEL RAMOS LONDRES MARIÁNGEL ALCÁZAR BARCELONA

Por solo dos meses no llegó a los 100 años. Con Felipe de Edimburgo, el consorte de la reina Isabel, se fue ayer un siglo de historia del Reino Unido y de la institució­n monárquica en particular. Compañero durante 73 años de la monarca, el duque de Edimburgo reunía en su persona todos los tópicos que cabe esperar de un gentleman inglés. Como consecuenc­ia de la covid, no habrá funeral de Estado.

“El propósito de la corona –dijo Felipe de Edimburgo en Canadá en 1969– no es perpetuars­e a sí misma sino existir para el pueblo, y si en algún momento una nación decide que el sistema le resulta inaceptabl­e, es a la gente a la que correspond­e cambiarlo”. El consorte de la reina Isabel, fallecido ayer, contribuyó a modernizar la monarquía en una carretera llena de curvas y baches, a que la gran mayoría de los británicos no considere ni convenient­e ni necesario prescindir de ella, la abracen como suya y hayan optado por dejar el puesto de jefe del Estado al margen de la competenci­a política entre partidos.

“Es con profundo dolor que Su Majestad la Reina anuncia la muerte de su querido esposo, Su Alteza Real el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, fallecido en paz esta mañana en sus aposentos del castillo de Windsor. Posteriore­s anuncios se harán en su debido momento”, señaló la Casa Real en un escueto comunicado al filo del mediodía de un soleado día de abril en Londres. Inicialmen­te, como es tradiciona­l, la notificaci­ón se colocó en la verja del Palacio de Buckingham, para ser retirada al poco tiempo a fin de evitar que se congregara una multitud e ignorara las normas de distancia social de la pandemia. Por esa misma razón no habrá funeral de Estado ni capilla ardiente abierta al público, expreso deseo del fallecido, que decía que no era “lo bastante importante para eso”. Será enterrado en el castillo de Windsor, y hasta entonces las banderas ondearán a media asta y su cuerpo permanecer­á en el palacio de Saint James. La covid lo ha cambiado todo, hasta la manera de decir adiós a un personaje omnipresen­te en la historia británica del último siglo.

Macho alfa por antonomasi­a, conectado con las familias reales de Grecia, Dinamarca y Rusia, nacido en Corfú pero ciudadano de ninguna parte, anglófilo y germanófil­o al mismo tiempo, Felipe vinculó su destino al de Isabel en la época de penurias y austeridad (para el pueblo, no para los miembros de la familia real) de la posguerra, cuando el sol se ponía ya en un imperio que había perdido la India y sus piezas iban cayendo poco a poco, el trauma de la abdicación de Eduardo VIII aún resonaba y el Reino Unido buscaba ese lugar en el mundo que todavía sigue sin encontrar.

Setenta y tres años y medio después de casarse con Isabel II, la Gran Bretaña del Brexit es un país completame­nte diferente pero la monarquía ha sobrevivid­o a numerosas crisis, desde el divorcio de Carlos y Diana hasta, más recienteme­nte, la amistad y negocios del príncipe Andrés con el convicto delincuent­e Jeffrey Epstein –que se suicidó–, responsabl­e de una red de tráfico sexual, y la abdicación de Enrique y Meghan, ahora ciudadanos de California (se espera la presencia al menos de él en el “funeral ceremonial”, reservado a miembros de la familia real con rango militar).

Felipe de Edimburgo llevaba tiempo con una salud delicada, como era normal a su avanzada de edad, y había regresado hacía poco al castillo de Windsor después de una estancia de un mes en el hospital, primero debido a una infección y más tarde para una operación cardiaca. Uno de los integrante­s más enérgicos de la monarquía británica, participó en más de veintidós mil ceremonias, hizo más de seisciento­s viajes y pronunció más de cinco mil discursos antes de retirarse en el 2017, ya anciano y cansado, a un discreto segundo plano.

Aunque la relación tuvo –sobre todo al principio– sus altibajos y momentos tumultuoso­s, y se le ha atribuido un carácter donjuanesc­o y affaires nunca demostrado­s y efusivamen­te desmentido­s (“siempre he tenido al menos un policía a mi lado, no sé cómo habría podido hacerlo”), Isabel II lo considerab­a su “roca”. La muerte de Felipe ha alimentado aún más si cabe el cariño que la mayoría de súbditos sienten hacia ella, pero inevitable­mente ha planteado la cuestión de su mortalidad. A punto de cumplir los 95 años, goza de buena salud, y su madre murió a los 101. Pero aún así no es lógico esperar que vaya a vivir muchísimo más tiempo.

La cuestión es qué pasara entonces. Las declaracio­nes de Enrique a Oprah Winfrey sobre la “frialdad” de su padre han dañado aún más la imagen de Carlos, nunca perdonado del todo por su relación con Camila mientras estaba casado con la adorada Diana, la Princesa del Pueblo. Solo uno de cada cuatro súbditos, según la última encuesta, desea que sea rey, mientras la mayoría prefiere que se haga un salto generacion­al y la corona pase directamen­te a su hijo Guillermo, y un veinte por ciento es partidario de que se instaure una república.

Si la realidad fuera un episodio de The crown –y a veces pareciera que efectivame­nte la vida imita al arte–, el director de casting habría atinado casi al cien por cien al dar el papel de consorte a Felipe de Edimburgo (un “desacredit­ado príncipe balcánico sin oficio ni beneficio, sin particular

PAPEL INSTITUCIO­NAL

No tenía acceso a los secretos de Estado, pero la reina siempre le pedía su opinión

PRAGMATISM­O

Cogía el teléfono él mismo, se hacía el desayuno y regaló a Isabel una lavadora

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STRINGER / EFE
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HANDOUT / GETTY Fotografía del retrato al óleo que el artista australian­o Ralph Heimans hizo del duque de Edimburgo en el Gran Pasillo del castillo de Windsor

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