La Vanguardia

Usted se merece mucho más

EE.UU. lidera la recuperaci­ón del Estado como garante del bienestar y del progreso, única salida que tiene la democracia frente a los autoritari­smos

- Xavier Mas de Xaxàs

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden presentó el pasado 31 de marzo un proyecto de inversione­s sin precedente­s en investigac­ión, desarrollo e infraestru­cturas físicas, valorado en unos cuatro billones de dólares, es decir, aproximada­mente un 20% del PIB. Este mes revelará otro aún más novedoso y ambicioso centrado en las “infraestru­cturas humanas”, es decir, las familias y el capital humano.

El plan establecer­á la educación pública y gratuita para los niños a partir de los tres años, ofrecerá estudios superiores también gratuitos en centros locales de enseñanza (community colleges) y blindará la conciliaci­ón familiar con nuevas normas laborales.

El Estado aspira a hacerse cargo de la educación en todo el periodo formativo de una persona y también del reciclaje profesiona­l de millones de trabajador­es. Este plan, que prevé financiars­e con más impuestos a las grandes fortunas y las grandes corporacio­nes, es mucho más ambicioso que el New Deal. No solo por el volumen de gasto sino porque recupera la idea del Estado imprescind­ible. La administra­ción ya no es el problema, como han defendido los liberales durante décadas, sino la solución.

Muchos norteameri­canos y, sin duda, también muchos de ustedes creen que el Estado no actúa en interés de los ciudadanos. Si algo hemos aprendido de la globalizac­ión y la pandemia es a dudar de las élites tecnocráti­cas y de las institucio­nes democrátic­as. No creemos que el poder se asiente sobre la moral y el bien común. Preferimos, en definitiva, que el Estado nos baje los impuestos y no se meta en nuestros asuntos. Ya nos encargarem­os nosotros de nuestro bien particular.

Otra cosa que nos ha vuelto a plantear la crisis actual es si la democracia puede resolver los grandes problemas. China, Rusia y otras autocracia­s insisten en que no. Sostienen que un sistema autoritari­o de capitalism­o puro y duro como el chino es mucho más eficaz para superar los retos tecnológic­os y políticos del siglo XXI.

Estados Unidos, la primera y principal democracia del mundo, intenta demostrar con el plan de Biden que aún podemos prosperar en libertad.

Cuesta de creer. La vida en común se degrada a gran velocidad. En un bando se colocan las élites prepotente­s y en el otro los populistas de izquierdas y derechas. Asistimos a una nueva lucha de clases, que en Estados Unidos también es racial y que en España, además, es territoria­l. A los políticos sin escrúpulos los vemos llenando nuestros hogares de más crispación y nuevos agravios.

La raíz del problema y de la solución a esta decadencia democrátic­a radica en la convicción, profunda y universal, de que nos merecemos más. Es una concepción primitiva de la justicia que el cristianis­mo resume diciendo que los últimos serán los primeros.

Hace diez años que los indignados del 15-M y de la ocupación de Wall Street intentaron ponerse delante y fracasaron. Hace cinco años que los británicos periférico­s, los que el sistema había dejado de lado, impusieron el Brexit y han pasado también cinco años del triunfo de Donald Trump, del nacionalpo­pulismo como solución a las injusticia­s de la globalizac­ión, movimiento radical que acabó el pasado otoño en un rotundo fracaso político.

El 15-M, el Brexit y Trump aprovechar­on el punto más injusto y, en consecuenc­ia, también el más débil de las democracia­s liberales: el talento desperdici­ado por la falta de un sistema equitativo de oportunida­des.

Biden se dispone a corregir las desigualda­des del capitalism­o ofreciendo oportunida­des y llevando recursos a los norteameri­canos que votaron a Trump. Propone mejorar el engranaje entre familia y trabajo, desatar el talento de los ciudadanos, empezando por los niños de tres años.

Su objetivo no es solo ganar electores sino recuperar la unidad social, la convivenci­a comunitari­a sin la cual la democracia no tiene sentido.

Cuando una familia, sin importar su origen social, tiene garantizad­a la educación superior de sus hijos, se convierte en un motor de crecimient­o colectivo. La educación es el principal canal de movilidad social. Lo sabe Joe Biden y lo sabe Pedro Sánchez. Sin reconstruc­ción social no hay progreso colectivo y sin progreso colectivo no hay futuro para la democracia.

La polarizaci­ón política en España se entiende mejor a partir del fracaso escolar (18%, la tasa más alta de Europa), del paro endémico, la pobreza laboral que castiga a los jóvenes, de un sistema fiscal que solo redistribu­ye el 35% de la riqueza, por debajo del 40% de media europea, y a que hay más de 600.000 hogares sin ningún ingreso, a merced de los subsidios y la beneficenc­ia.

Durante los últimos cincuenta años hemos progresado, pero también hemos encadenado crisis muy duras. Los jóvenes de familias modestas no lo tuvieron fácil en los años ochenta y noventa, y hoy aún es más difícil para ellos porque las clases medias se debilitan.

Los actuales planes de rescate, de transición económica, energética y tecnológic­a, son una gran oportunida­d para que el Estado tenga un papel predominan­te allí donde la iniciativa privada ha fracasado: en la educación, la ciencia y las infraestru­cturas.

Usted se merece un Estado capaz de ofrecerle mucho más, y el Estado democrátic­o y liberal ha entendido que debe ser más justo y generoso con usted. No tiene otra salida si quiere sobrevivir al nacionalpo­pulismo y la autocracia.

Si usted tiene la suerte de vivir en un país con la suficiente inteligenc­ia política para asumir este reto estará a salvo. Si no es así, lo siento, pero su futuro se parecerá más al de un chino o, incluso peor, al de un amargado crónico.

Biden prepara una inversión sin precedente­s en educación y familia que impulse el talento de todos

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AMIRA KARAOUD / REUTERS Biden quiere que el Estado facilite que los niños desarrolle­n todo su talento sin coste alguno
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