La Vanguardia

Noches en vela en el Ulster

- Màrius Carol

En noviembre del 2018, asistí a un espectácul­o deportivo de esos que dejan huella. Era un partido de rugby en Dublín entre Irlanda y los All Blacks de Nueva Zelanda, donde por primera vez los irlandeses vencieron a los kiwis, considerad­os los mejores en este deporte. Por la mañana, en el hotel Shelbourne donde me alojaba, pude saludar a Jordi Murphy, un jugador nacido en Barcelona, pero de padres irlandeses, que era fan del Barça y de Messi. Lo de bautizarlo como Jordi fue porque a sus progenitor­es les pareció el nombre más catalán posible. De regreso a su país, con nueve años, decidió que el rugby era su deporte. Cuando lo conocí, era jugador del Ulster Club y me explicó que con la zamarra verde de Irlanda jugaban también varios jugadores de Irlanda del Norte, a pesar de ser formalment­e británicos. “El deporte une lo que no consigue la política”, vino a decirme.

Ciertament­e, la Unión Europea fue el marco ideal para firmar el acuerdo de Viernes Santo en 1998, que devolvió la paz a la isla, pues la inexistenc­ia de fronteras entre dos socios europeos

Los unionistas se sienten abandonado­s por Boris Johnson tras el Brexit

como Gran Bretaña e Irlanda facilitó las cosas. Es más, el protocolo de Irlanda del Norte, como resultado del Brexit, mantuvo al Ulster dentro del espacio aduanero del mercado interior comunitari­o. Era una manera de evitar imponer una frontera (se supone que existe una invisible en el mar) que resucitara heridas del pasado que parecían haber cicatrizad­o. En cualquier caso, los protestant­es unionistas se han sentido abandonado­s por Londres, los confinamie­ntos han excitado los ánimos y el retraso de la llegada de mercancías por la nueva burocracia del Brexit ha vuelto a alterar las calles, pues en las últimas noches las batallas campales han regresado a Irlanda del Norte. Y los protestant­es han iniciado una campaña de desobedien­cia civil que no invita al optimismo, temerosos de que un día cercano Irlanda sea un único territorio. Hoy hasta el jefe de policía es un católico.

Resulta evidente que, como preveían los agoreros, el Reino Unido deberá cambiar de nombre, pues Irlanda del Norte y Escocia son dos piedras en el zapato del primer ministro, a quien la vacunación masiva de la población le ha devuelto momentos de gloria. Pero los unionistas se sienten traicionad­os por su primer ministro. A ellos se les oye repetir respecto a Johnson la frase que el conservado­r Rab Butler le dedicó a Churchill: “La límpida tradición de la política inglesa se ha vendido al mayor aventurero de la historia política moderna”.

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