‘Collective’
Netflix. Filmin. Primevideo. HBO. Atresplayer. Appletv. Rakutentv. Disney+. No doy abasto. Necesitaría cuatro reencarnaciones para poder ver un 20% de las series que me han recomendado los últimos meses. Por no hablar del gasto mensual que supone estar suscrito a todas las plataformas. También les digo que en mi familia el Netflix lo pago yo, pero con mi suscripción lo pueden ver mi hermana y mi primo. A cambio, el HBO lo paga mi primo y lo puedo ver yo. ¿He dicho “lo paga”? Perdón, lo pagaba.
Siempre pasa que quieres ver algo donde precisamente no estás suscrito. Y así empezó mi vía crucis para ver el documental que más me ha impactado en los últimos tiempos. Los primeros en recomendármelo fueron dos grandes cinéfilos: Mercedes Gamero y Pablo Noguerolas. “No te puedes perder Collective, en HBO”. Fue a finales de enero, pero al llegar a casa y conectarme al HBO, me aparecía un mensaje en la pantalla: “Pendiente de cuota”. Pensé que ya lo vería más adelante, cuando mi primo pagase. Y pasaron las semanas. Y me siguieron llegando inputs del docu. Mis amigos Jordi Call y Marc González o mi amiga Alejandra Andrade me lo recomendaron con tanto entusiasmo que parecía que habían encontrado agua en el desierto. Y me daba rabia, porque lo podría haber descubierto antes que ellos. Pero eran ellos, gracias a que tenían la cuota de pago al corriente o primos más solventes, los que habían descubierto Collective. Con lo que mola ser influencer de estas cosas.
Fue en una de esas tardes tontas de Semana Santa cuando alguien dijo esa frase tan de nuestro tiempo: “¿Vemos algo en alguna plataforma?”. Y antes de ponernos a buscar en esos catálogos infinitos de series y películas, pensé: esta es la mía. “¿Tenéis HBO?”, pregunté. “Yo no. Pero mi hermano sí. Le llamo”. Comprobé que no soy el único que comparte claves. La familia que comparte contraseña unida permanece unida. También comprobé que no soy el único que se olvida del usuario y la contraseña: “Entre el nombre y el apellido, ¿había guión bajo?”. Nunca en la historia de la escritura, desde el descubrimiento de la piedra de Rosetta, habíamos utilizado tanto guión bajo. Un mal de nuestro tiempo. Finalmente dimos con la clave, y accedimos. Pero cuando el personal vio la temática –un documental rumano sobre la tragedia en una discoteca– se abortó la operación.
Tuve la suerte de que las contraseñas quedaron en la memoria de mi ordenador, y al cabo de unos días, ya solito en mi casa, las gorreé y pude ver, tres meses después de que me lo recomendasen, Collective. Y es una barbaridad. No les tiene que extrañar que un docu rumano tenga dos nominaciones a los Oscars. No les quiero contar mucho, pero es el ejercicio periodístico más demoledor de los últimos años. Con las cámaras simplemente observando, sin la intervención de nadie, la trama te va descubriendo un paisaje de corrupción, un sistema podrido que te indigna pero te hace admirar el trabajo de unos periodistas que denunciaron sin importarles las consecuencias.
Justo después de verlo me puse a buscar como un loco más información y encontré una entrevista a su director, Alexander Nanau, de Javier Zurro en El Español. “Un periodista puede ser independiente si él decide serlo, depende de la persona. Si la gente entiende, y el periodismo entiende, que ser independiente significa no agradar a tu público o a los que te financian, será posible. Uno de los problemas es que hasta los periodistas quieren agradar a su público todo el rato. (…) Por desgracia vivimos en un mundo donde es más fácil seguir el juego, no levantarse, no arriesgar tu puesto o tu dinero. Es más fácil ser amigo de todo el mundo”.
Por si al docu le faltaba algo, solo les diré que no dura ni dos horas. Y que es una peli, no una serie. Y que han contado lo que se tenía que contar sin necesidad de hacer cuatro capítulos, otro de los males de nuestro tiempo.
Un docu rumano es el ejercicio periodístico más demoledor de
los últimos años