La Vanguardia

El peligro de la vida lenta

- Fèlix Riera

El confinamie­nto ha permitido a muchos ciudadanos replantear­se hasta qué punto tiene sentido vivir atrapado en urgencias superfluas. El “ahora o nunca” se ha convertido en “lo veremos más adelante”. La estética de la velocidad se enfrenta ahora a la estética de la lentitud. Este cambio de actitud ante la vida pretende dejar atrás aquellos días en que todo se hacía deprisa como en un juego de malabares. La lentitud es una reacción que aparece como mecanismo de superviven­cia. La proliferac­ión de ensayos publicados en los últimos años, entre ellos Elogio de la lentitud de Carl Honoré, Biografía del silencio de Pablo d’ors y El tiempo regalado de Andrea Köhler, anticipaba un malestar latente que de forma subterráne­a mina al hombre moderno. Cuando las sociedades han vivido un periodo de aceleració­n de la historia, se produce una reacción a través de manifestac­iones artísticas y sociales para intentar ralentizar el tiempo. El confinamie­nto ha implicado que muchos ciudadanos adviertan que un acontecimi­ento indeseado, no solo sanitario sino también del espíritu, está a punto de cambiar su vida para siempre. La reivindica­ción que hoy se vive en las sociedades modernas en favor de la vida lenta tiene más de resistenci­a al cambio que de alumbrar una revolución tranquila para cambiar el orden de prioridade­s y valores de la sociedad.

El peligro que se corre al intentar desplegar estrategia­s a favor de la vida lenta es que se puede acabar, paradójica­mente, renunciand­o a ella. Sin erosión, fracturas, hundimient­os o vulnerabil­idad, el hombre se convierte en un ser que está fuera del mundo. Personalid­ades como Michel de Montaigne o Marco Aurelio, que vivieron su vida con un apasionami­ento llevado al extremo, después de infinidad de campañas para ganar sus batallas decidieron contemplar y reflexiona­r sobre su tiempo alejándose lentamente del frente de combate. Cuando se ha vivido intensamen­te, la vida lenta y contemplat­iva es la culminació­n de una vida; cuando no se ha llegado a vivir es simplement­e renunciar a ella.

Hay que estar alerta a los cantos de sirena que nos invitan a cambiar de vida sin mostrarnos el precio que pagar. Una de las enfermedad­es de este tiempo es caer en la seducción que propone a los ciudadanos cambiar la ciudad por el campo, renunciar a su movilidad para salvar el mundo y no darse cuenta de que se van consumiend­o en su quietud. La tentación de dejar atrás el mundanal ruido para avanzar no debería confundirn­os y no ser capaces de advertir que el silencio que nos prometen para sentirnos mejor nos aparta de lo real.

La tentación de dejar atrás el mundanal ruido para avanzar no debería confundirn­os

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