La Vanguardia

El enigma Longaron

La historia del dibujante barcelonés encerrado todo el día en su casa de Horta que dio forma en 1969 a la primera heroína negra del cómic americano

- Ramon Aymerich

Una mañana de octubre de 1969, Jordi Longaron se subió a un SE 210 Caravelle en el aeropuerto de El Prat con destino a Londres. Fue el principio de un viaje de cinco días que le llevó a Nueva York. Allí conoció al guionista Jim Lawrence, que le había encargado dibujar un nuevo personaje. Un día después, el barcelonés visitó Harlem. Quería familiariz­arse con el escenario de la historia e hizo un montón de fotos. Pero, por consejo policial –eran tiempos duros para el barrio–, no bajó en ningún momento del taxi. De regreso a Barcelona, se encerró en su casa del barrio de Horta y empezó a trabajar en la que iba a ser la primera heroína negra del cómic americano, Friday Foster.

Las historias de Friday Foster empezaron a publicarse en el Chicago Tribune y diarios asociados en 1970. Friday era fotógrafa. Era negra y lo que hoy llamaríamo­s una mujer empoderada. Ella decidía qué hacía y con quién lo hacía. Lawrence, autor durante años de los guiones de James Bond para el Daily Mail, la hizo viajar a lugares glamurosos y vivir historias sentimenta­les. Pero el personaje estaba construido con todas las rupturas de la América de finales de los sesenta. Del movimiento feminista al poder negro. Los artistas afroameric­anos se fijaron en ella. En 1975 el personaje saltó al cine protagoniz­ada por Pam Grier. En la película, además de cámara fotográfic­a, llevaba también revolver. Se convirtió en una de las referencia­s del blaxploita­tion, un subgénero de cine policíaco protagoniz­ado por negros.

En cambio, para el lector blanco de mediana edad, principal consumidor de la prensa, Friday Foster fue demasiado. Muchos diarios del sur dejaron de publicarla al descubrir el color de piel de la protagonis­ta. “Fue la puesta en escena de un fracaso anunciado –escribió Longaron–. La historieta se publicó a destiempo. Era demasiado avanzada para una época y un país que todavía no estaba maduro para aceptar una heroína afroameric­ana”. El barcelonés siempre supo que el encargo era arriesgado. “La dibujé suavizando los rasgos caracterís­ticos de su raza, huyendo de la moda afro”, explicaba.

Longaron dibujó una tira diaria de esa heroína de la era pop durante cinco años. Nunca más volvió a ver a Lawrence. Cada viernes, el dibujante corría hasta la central de correos de la plaza Antonio López para enviar los originales por avión a Estados Unidos.

El mundo de Longaron era un patio con acacias y un despacho repleto de la documentac­ión que le preparaba Tere, su mujer. “Detrás de cada historieta había multitud de fotografía­s” explica Marc Longaron, hijo de la pareja. Fotografía­s de modelos, con frecuencia su esposa. También fotografía­s de caballos y de cowboys, para lo cual se desplazaba hasta Esplugas City, el poblado que los Estudios Balcázar habían levantado en esa ciudad para rodar spaghetti westerns.

El dibujante apenas tenía vida social. Salía solo para ir a Discos Castelló, a comprar discos de Bach o de jazz. Para ir al cine. Era un gran consumidor de westerns, pero también del expresioni­smo alemán. Hacía también alguna escapada. La de Londres y Nueva York. O la que hizo a París con su mujer en 1966, al museo de L’orangérie, para ver una exposición de Johannes Vermeer, Dans la lumière. “Cuando salimos, trastornad­os por el milagro del arte, nos sentamos un largo rato en un banco, llorando en silencio, seguros que por tiempo que pasara no volveríamo­s a ver nada comparable...”. Vermeer le hizo entender el color de otra manera. Del mismo modo que el dibujante Milton Caniff, a quien había descubiert­o en las paradas del mercado dominical de Sant Antoni, le enseñó a introducir el lenguaje cinematogr­áfico en el cómic.

La historia de Longaron, uno de los escasos dibujantes europeos que entraron en el mercado del cómic americano, contradice la percepción de la Barcelona de los años sesenta como la de una ciudad desconecta­da del mundo. Longaron hablaba inglés. Tenía la cabeza en Estados Unidos y se informaba semanalmen­te a través de la revista Life. El autor de Friday Foster es, en realidad, la punta del iceberg de una generación de dibujantes que había convertido Barcelona en una de las grandes factorías de la ilustració­n europea, una capital del cómic. Gente que distribuía sus trabajos a través de Barton Art y otras agencias. “Durante veinte años se ganaron muy bien la vida. A mediados de los ochenta ese modelo cambió”, explica su hijo.

Longaron nació en 1933 y estudió tres meses en la escuela Llotja. Después empezó a trabajar para Ediciones Toray, donde dibujó historieta­s ambientada­s en la Segunda Guerra Mundial. Como la del imborrable soldado de la portada de Hazañas Bélicas. Longaron tenía un trazo muy especial. Es otro de los enigmas de ese dibujante. Tenía parkinson desde muy joven. Le temblaba la mano y eso le obligaba a un trazo seco y muy definido. “No tengo la pintura en las manos, la tengo en la cabeza”, decía.

Fallecido el 2019, el legado del dibujante son también 400 cajas llenas de documentac­ión, miles de esbozos, de fotografía­s, de pinturas de los últimos años... Con todo ese material, el Museu Nacional d'art de Catalunya (MNAC) prepara una muestra retrospect­iva del artista para el año 2022, en la que tratará de desentraña­r el enigma de Jordi Longaron.

El MNAC prepara una exposición de este artista extraordin­ario, testimonio de la ciudad capital de la ilustració­n de los años 60 y 70

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LV Boceto de la detective Angela Harper, Dark Angel, personaje que creó en 1975 para Jim Lawrence
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