La Vanguardia

Protagonis­mo del dinero digital

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Durante los momentos álgidos de la pandemia, desde diversos medios, se atribuyó a la Organizaci­ón Mundial de la Salud la recomendac­ión de utilizar sistemas de pago digitales, ya sea tarjetas de crédito o el teléfono móvil, porque los billetes y las monedas podían ser un foco de contagio del coronaviru­s al quedar impregnado en ellos. Luego se dijo que ese riesgo era mínimo. Paralelame­nte, los confinamie­ntos y las restriccio­nes para frenar la expansión de la covid dispararon el comercio online. Todo ello ha provocado, desde entonces, un uso masivo de los medios de pago digitales y ha marcado un punto de inflexión en los usos y costumbres de la población.

El dinero físico, sin embargo, dificilmen­te desaparece­rá. Ha sido uno de los factores de evolución y progreso de la civilizaci­ón más determinan­tes casi desde su origen. Pero tan incuestion­able como esto lo es el hecho de que la tendencia de crecimient­o de los medios de pago digitales es imparable y cada vez gana más protagonis­mo en las compras, ventas e intercambi­os de los ciudadanos. En las transaccio­nes financiera­s y comerciale­s, en realidad, el dinero ya no es más que un apunte digital desde que en 1971, bajo la presidenci­a de Richard Nixon, Estados Unidos decidió eliminar la convertibi­lidad del dólar en oro.

El rumbo del futuro del uso del dinero, en cualquier caso, está marcado por la evolución tecnológic­a y por los usos y costumbres de las nuevas generacion­es. Hay encuestas, en este sentido, que indican que los menores de cuarenta años realizan ya el 80% de sus transaccio­nes con medios digitales. A ello hay que sumar que casi el 90% de la población utiliza habitualme­nte tarjetas de crédito para sus pagos. Es incuestion­able que el porcentaje de las transaccio­nes pagadas en efectivo se ha desplomado en la última década en los países industrial­izados, así como en China.

Frente a las ventajas de los medios de pago digitales, como rapidez, seguridad y comodidad en las transaccio­nes, las monedas y billetes tienen contrapart­idas que los hacen insustitui­bles. Como la privacidad, ya que nadie controla los gastos. O la versatilid­ad, ya que no requiere tener ningún dispositiv­o electrónic­o para utilizarlo. O la imposibili­dad de embargos por los acreedores o el Estado, así como la acumulació­n física como protección o depósito de valor ante posibles riesgos. Esto explica la paradoja de que, pese al aumento del dinero digital, el dinero físico en circulació­n no haya dejado nunca de aumentar y, además, se haya disparado también durante la pandemia, tanto en España como en otros países. La explicació­n a la coexistenc­ia entre ambos fenómenos podría estar en que se usa el dinero digital para operar y, en cambio, se atesoraría parte de los ahorros en dinero físico en casa –o en cajas de seguridad– como protección por desconfian­za en el sistema económico-financiero y ante la incertidum­bre derivada de las crisis. Pero también podría deberse al mayor dinero negro por el aumento de la economía sumergida o las actividade­s ilícitas..

El uso de los medios de pago electrónic­o se dispara pero también aumenta el dinero en metálico

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