La vida sexual de George Steiner

Hay algo en la naturaleza humana que nos conduce a buscar sabios, referentes, faros, ya sea intelectuales, éticos, políticos... brújulas para saber hacia dónde movernos, qué cosas pensar, padres a los que venerar para matarlos luego salvajemente.

Es indudable que George Steiner (19292020) cumplía esta función. El periodista Antoine Spire lo entrevistó a finales de los noventa para sus programas de radio en France Culture. El librito La barbarie de la ignorancia (Alfabeto) recoge esos diálogos, con un añadido respecto a una anterior edición, donde, entre otras cosas, este erudito tetralingüe y trinacional confiesa que guarda en un cajón, porque no osa publicarlos “por puros prejuicios pequeñoburgueses”, unos ensayos autobiográficos sobre las diferencias de hacer el amor a las mujeres en diferentes lenguas: “Cada idioma tiene un tabú sexual distinto”, un argot sexual muy dispar y una diferente gestualidad. Cuesta imaginarse a Steiner practicando sexo, pero el caso es que, una vez ejercitada la pasión, aplicó a ella sus poderosas dotes analíticas hasta el punto de desarrollar una teoría sobre lo que llama “donjuanismo lingüístico”. Toda persona que hable más de una lengua está capacitada para opinar al respecto.

Este Steiner desinhibido ve en el fútbol la canalización de nuestra ansia de guerra, “una escapatoria a una energía animal muy grande que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, intenta afirmarse”. Aunque no comulgo con sus opiniones sobre el rap y el heavy metal –que ve como “la voz misma de la violencia, del embrutecimiento del individuo”–, me gusta pensar que, desde el sillón de mi casa, de algún modo, leyéndole, reproduzco esa relación maestro-discípulo, que él ve como “un profundo erotismo del alma” capaz de superar la relación amo-esclavo.