La Vanguardia

Morirse o morirse

- Francesc-marc Álvaro

Esta semana le han puesto la vacuna contra la covid a mi padre, octogenari­o. No he preguntado de qué marca es, no exageremos, ni hay que tener más miedo del que tenemos. Mientras mi padre ve en la tele imágenes de archivo del duque de Edimburgo, yo pienso en la operación mediática –digámoslo así– que ha conseguido que todos hablen más de una hipotética trombosis que de la ducha escocesa de restriccio­nes sanitarias: ahora sal, ahora entra, ahora esto, ahora aquello, etcétera. Morirnos nos moriremos, un día u otro, y sin vacunas, mucho más. Ahora bien, la cara de tontos siderales que se nos pone cada vez que dictan una medida o una contramedi­da es de las que hacen época.

A ver: no me quejo. No sé quién tiene razón. No me atrevo a discutir nada. Me guardo mi perplejida­d y procuro no transmitir­la a mi padre, que ya tiene lo suyo con entender todo lo que le pasa, al margen de las vacunas. Me fascinan los que, sin ser conocedore­s de la materia sanitaria y epidemioló­gica, discuten intensamen­te sobre este lío, con una inflamació­n, a menudo, digna de los programas futbolísti­cos.

También me fascinan algunas actitudes, como la del doctor Oriol Mitjà, que, escuchado en una entrevista en el programa de Basté en RAC1, parece que está en guerra con todo el mundo. Y, por descontado, me fascinan los que aprovechan cada noticia sobre la pandemia –grande o pequeña– para recordarme que nuestra especie está pagando ahora, de algún modo, todas las fechorías perpetrada­s sobre la Tierra; “pecador, purga”, me dicen.

Quizá tengo demasiada confianza en los médicos y la ciencia, pero el debate mediático a diario (obsesivo y banal) sobre los posibles efectos secundario­s de las vacunas me interesa menos que el color de los calzoncill­os del duque de Edimburgo, en paz descanse. Que los expertos averigüen lo que sea menester. A la gente, solo debe llegarnos la decisión final: esta vacuna es válida o no. Remover frívolamen­te sobre situacione­s hipotética­s es un circo explosivo que alimenta el pánico y, además, da alas a los feriantes de las nuevas superstici­ones, los que transmiten el virus de la estupidez.

A la gente solo debe llegarnos la decisión final: esta vacuna

es válida o no

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