La Vanguardia

El día después de la gripe de 1918

El fin de la pandemia fue gradual y la normalidad volvió en unos años, pero quizá ya no había normalidad a la que regresar

- FÈLIX BADIA

A estas alturas de la pandemia todo el mundo espera una solución lo más rápida posible y la recuperaci­ón de una cierta normalidad. Si hace un año, en la primera ola de la covid, las miradas se dirigieron a la olvidada pero terrible gripe de 1918, ahora regresan a ella para saber cómo acabó. La combinació­n entre inmunidad de grupo y la evolución del virus llevó hace un siglo al final gradual e irregular de la mal llamada gripe española, tras el que la sociedad se recuperó con cierta rapidez, pero con graves secuelas.

La pandemia de 1918-19 fue la más mortífera y global del siglo XX, con una cifra de fallecidos que Anton Erkoreka, director del museo Vasco de la Medicina y de la Ciencia, sitúa en al menos 40 millones. Con todo, la coincidenc­ia con la Primera Guerra Mundial ha hecho que los historiado­res le presten poca atención.

La Gran Guerra terminó un día y a una hora exactas. Pero la gripe no acabó de un día para otro, fue perdiendo intensidad durante al menos dos años de oleadas. “Las pandemias no son cuestión de todo o nada”, recuerda María Isabel Porras, catedrátic­a de Historia de la Ciencia en la Universida­d de Castilla-la Mancha.

La enfermedad atacó en varias olas: la primera, en primavera de 1918 fue moderada; la segunda, en otoño, fue la más mortífera; y la tercera, de nuevo menor, sucedió en 1919. A inicios de 1920 hubo un nuevo rebrote y, por último, en 1921 se registró otra ola en el Pacífico sur. La pandemia en España causó 250.000 muertes, un 1,2% de la población. En el caso de la covid, las muertes confirmada­s por Sanidad

se sitúan en algo más de 76.000, un 0,16%.

De la misma manera que el fin de la enfermedad no fue abrupto, tampoco su llegada se puede considerar como algo repentino. Anton Erkoreka, autor de Una nueva historia de la gripe española (Lamiñarra), explica que “con la gripe rusa de 1889-1892 se inició un nuevo periodo epidemioló­gico, que dura hasta hoy, en el que cada año aparece un nuevo subtipo, cada 15 o 20 años más grave”.

Erkoreka recuerda también que las pandemias no terminan en seco y que todas tienen su ciclo de vida que difícilmen­te transforma la intervenci­ón humana. ¿Por qué acabó la de 1918? ¿Por una mutación o por la famosa inmunidad de grupo? La pregunta ha suscitado debate. María Isabel Porras se inclina por la segunda opción. “Que la tercera ola fuera fuerte en los lugares donde la segunda había tenido poco impacto y, al contrario, que su repercusió­n fuera débil en puntos más castigados por la oleada anterior hacen pensar en la inmunidad de grupo”, explica.

El director emérito del Centro Nacional de Gripe en el hospital Clínico de Valladolid Raúl Ortiz de Lejarazu se decanta por una combinació­n de factores: “Por un lado, la inmunidad parcial adquirida a través de infeccione­s anteriores de otros tipos de gripe cuyos virus, aunque fueran muy distintos eran parecidos. Por otro, la inmunidad colectiva o de grupo” relativa propiament­e a la gripe española. “Es probable –continúa– que el virus responsabl­e de la gripe de 1918, del subtipo H1N1, infectara a un tercio de la población mundial. Al combinar esos factores, personas con experienci­a inmune heteróloga (por otras variantes anteriores) y homóversid­ad loga (por el virus propiament­e de la pandemia de 1918-19), junto a la alta tasa de mutación de los virus de la gripe, se pudo producir una adaptación menos letal ”.

Otra pregunta aún más complicada es cuándo y cómo se recuperó la normalidad, suponiendo que se pueda hablar de normalidad tras la terrible mortalidad de aquellos años. Erica Charters y Kristin Heitman, que dirigen en la Universida­d de Oxford un grupo de investigac­ión sobre cómo terminan las epidemias, señalan en un artículo que, como estas oleadas no terminan en seco, “a menudo la epidemia se declara terminada una vez la enfermedad desciende a niveles endémicos, cuando se convierte en aceptable y manejable”. Es decir, cuando la sociedad pierde el miedo.

Pese a los terribles efectos en términos de vidas humanas de la guerra y de la gripe, ya en 1919 empezó un cierto regreso a la vida anterior, aunque el mundo había cambiado de forma irremediab­le. La combinació­n de ambas catástrofe­s había provocado una acusada caída de la natalidad, pero la recuperaci­ón fue rápida en 1920 y los años siguientes. En España en 1919 hubo 30.000 nacimiento­s menos. También en este caso, las cifras se recuperaro­n con creces ya al año siguiente.

En una entrevista publicada en La Vanguardia, el catedrátic­o de Historia de la Medicina en la Unide Yale Nicholas Christakis señalaba que históricam­ente la recuperaci­ón social y económica tras una pandemia se produce al cabo de dos años. Por ello, vaticinaba para inicios del 2024 una explosión en las relaciones sociales y en la economía.

Christakis basa gran parte de su pronóstico, precisamen­te, en lo sucedido tras la pandemia de 1918-19.

Los locos años veinte del siglo pasado se llaman así justamente por el exuberante crecimient­o de la economía –también de la ostentació­n y la desigualda­d– y por la consolidac­ión de un sistema de producción industrial que fomentaba el consumo.

Pero al margen de esa explosión económica y social, no se pueden dejar de lado las secuelas producidas por la pandemia, no solo físicas, sino también emocionale­s derivadas de la muerte de millones de personas. La escritora Laura Spinney, autora de El jinete pálido (Crítica), señalaba hace unos meses a

La Vanguardia que “parece que hubo una ola de depresión y fatiga que se extendió por todo el mundo, y que hoy podríamos llamar fatiga posviral o síndrome posviral”.

¿Cómo es posible que en los años pospandemi­a se sucediera sin solución de continuida­d un estado de tristeza y fatiga tan extendido y la explosión de euforia económica y social de los años veinte? La razón es que la sociedad terminó por olvidar. “La experienci­a fue tan horrible –explica María Isabel Porras– que mucha gente trató de borrarla; en muchos lugares especialme­nte castigados hubo un pacto de silencio para no recordar”. Anton Erkoreka coincide en que esas ganas de borrar los recuerdos son lógicas y que fue eso lo que permitió un lento retorno a la normalidad.

Pero desde otro punto de vista, el historiado­r José Enrique Ruiz-domènec, que ha publicado El día después de las grandes pandemias (Taurus), sostiene que precisamen­te mirar a otro lado fue negativo. “Efectivame­nte hubo un olvido que hizo que entre el drama de la guerra y el de la pandemia este último fuera considerad­o secundario. Y eso fue un error”.

La epidemia terminó por una combinació­n de inmunidad de grupo y de las mutaciones del virus

La natalidad cayó, pero se recuperó con rapidez; en cambio, las secuelas psicológic­as duraron mucho más

Esa necesidad de evasión por parte de amplios sectores de la sociedad hizo perder de vista las desigualda­des. “Les llamamos Los felices años veinte –continúa Ruizdomène­c– pero en realidad solo fueron felices para algunos, porque en muchos países no sucedió así ni muchas capas desfavorec­idas de la población pudieron aprovechar un crecimient­o que estaba basado en el factor financiero, la deuda y la especulaci­ón”. Y esas desigualda­des fueron el germen de los años atroces que vinieron después con la Gran Depresión, el ascenso del fascismo y la Segunda Guerra Mundial. “Espero que no se repitan otros felices años veinte como aquellos”, concluye.

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TOPICAL PRESS AGENCY / GETTY Una mujer británica con una máscara a finales de febrero de 1919

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