La Vanguardia

El mar de la amistad y la muerte

Un atlas de 70 expertos muestra las conexiones y rivalidade­s que explican la realidad y el drama actuales del Mediterrán­eo

- ÓSCAR CABALLERO

Con cerca de 20.000 kilómetros de riberas, con islas que tradiciona­lmente servían de posta para navegantes, cabotaje de viajes largos con trayectos cortos, el Mediterrán­eo –mar en medio de la tierra etimológic­amente o “vía líquida” para Homero–, es un mar sin mareas. Pero traidor. Lo certifican los periplos de los héroes de la guerra de Troya, en el pasado, y los de los modernos inmigrante­s (cien mil en el 2019), con barquichue­los igualmente frágiles, y que desde 1990 lo habrían sembrado de unos 50.000 cadáveres insepultos.

Más de 70 especialis­tas, historiado­res, geógrafos, antropólog­os y politólogo­s, conjurados entre Aix-en-provence y Roma, apoyados por cartógrafo­s y sus dos centenares de mapas y gráficos originales, estudian y ejemplific­an todo esto en un tan sólido como accesible Atlas des migrations, (atlas de las migracione­s) (editorial Actes Sud), subtitulad­o “de la antigüedad a nuestros días”. El objetivo es “explicar, a base de imágenes y textos cortos, fenómenos complejos”.

Si un mapa de vientos y corrientes del Mediterrán­eo parece habitual, el de los rumbos seguidos por la emigración mediterrán­ea que atravesó el Atlántico desde el siglo XIX para instalarse en Nueva York, por ejemplo, es menos familiar. Y es una de las caracterís­ticas de este atlas, en el que lo humano pesa tanto –en las doscientas cartas creadas a medida– como la geografía y la historia.

Detrás de tanta prolijidad narrativa está la pretensión, para muchos utópica (pero se trata del mar de Ulises), de “ilustrar a lectores ansiosos de conocer y comprender una realidad que, por actual, suscita discursos lapidarios y a menudo errados”. Divido en tres partes (Territorio­s y estructura­s, Actores, Contactos), cada capítulo se abre con una doble página clara y explicativ­a, opción a una lectura continua o fragmentar­ia. Y los imanes para el lector curioso son tan variados como vertiginos­a puede ser esa trayectori­a de vaivén entre, por ejemplo, navegación antigua y mar mortífero, lazaretos y chabolas.

Normal cuando se lo encuadra en ese “espacio/movimiento”, como definió el Mediterrán­eo el historiado­r Ferdinand Braudel, en el que a través de los siglos, los antiguos con sus frágiles embarcacio­nes y los inmigrante­s modernos, igualmente expuestos a la borrasca, comparten “el mismo temor a morir sin sepultura y por lo tanto sin identidad”.

Algunas historias antiguas echan luz sobre polémicas de hoy. Por ejemplo, los mapas de capturas, presos derrotados en diversas guerras o campesinos reclutados como esclavos. Un mercado mediterrán­eo del que se pueden extraer nombres célebres –Miguel de Cervantes, cautivo–, próspero gracias a los siglos de “moros y cristianos”, con el Mediterrán­eo como campo de batalla.

Ese tráfico de esclavos blancos, para denominarl­o de alguna manera, tiene mucha mayor antigüedad que el otro, más divulgado, el de negros de África, dirigido en principio por los árabes –gestores de “la mercancía” servida por líderes tribales–, luego por europeos, más tarde por americanos.

Otra paradoja, “la erección política de una Europa fortaleza, que filtra las movilidade­s que sin embargo la conformaro­n, convierte al Mediterrán­eo en la frontera más mortífera de la época contemporá­nea”. Y sin embargo, como se subraya en este atlas, “el Mediterrán­eo favorece desde siempre la conectivid­ad. Y es un espacio propicio a las relaciones entre territorio­s, a menudo parcelados en microrregi­ones”.

Un dato geográfico: en la ribera mediterrán­ea, “numerosas montañas interrumpe­n a menudo las relaciones terrestres y valorizan los abrigos portuarios y el mar como

LA PARADOJA MEDITERRÁN­EA La construcci­ón política de una Europa fortaleza filtra las movilidade­s que la conformaro­n

UN PASADO QUE ILUMINA Historias antiguas del mar de Ulises ponen luz sobre el actual tráfico de seres humanos

ruta; se suman las alternativ­as geopolític­as, que dividen el Mediterrán­eo, entre líneas de fractura y de unión”.

El atlas recuerda que desde el siglo XIX la idea del Mediterrán­eo es la de “un área singular y autónoma, no solo por su clima y su topografía, sino también por sus aspectos políticos, económicos y culturales”. O sea, “una comunidad de destino de los habitantes de estas riberas”. El atlas, apoyado por la Maison mediterran­éenne des sciences de l’homme (Aix-en Provence) y por la École Française de Rome, pretende demostrar que las movilidade­s y migracione­s “fabricaron el Mediterrán­eo”.

Única crítica, tal vez atribuible a ese patrocinio, entre francés e italiano. Falta el detalle de la otra Europa, la musulmana del sur, con las primeras traduccion­es del griego y la entrada de productos –arroz, pastas, alcachofas, berenjenas– que, como los llegados de América por la península ibérica –tomates, patatas, maíz, judías, pimientos–, definirán el alimento mediterrán­eo.

La primera parte demuestra que a pesar de lo confuso y accidental de muchos tránsitos, existe una formalidad de las migracione­s: rutas, fronteras, marco político y jurídico. O que las redes que organizan viajes clandestin­os no son una novedad. Venecia y el mar, Chipre como frontera y Sicilia como encrucijad­a, la balcanizac­ión, los arsenales, visas y pasaportes, ciudadanía e identidad, puntúan la primera travesía del lector.

Actores identifica una diversidad que en el fondo es la del Mediterrán­eo. Y que como aquello de “es la economía, idiota”, en el principio fue el comercio; con su consecuenc­ia natural, las redes comerciale­s, fundadas por los fenicios, “pueblo del mar”. A partir de sus viajes, que convierten al Mediterrán­eo en ruta, mercaderes antiguos, intercambi­os medievales y modernos, caravanas a través del Sahara y circulacio­nes comerciale­s ponen en perspectiv­a el porqué y el para qué de los desplazami­entos. El del mundo laboral comprende hombres y animales, temporeros, obreros calificado­s, marinos, pescadores, personal doméstico.

La esclavitud antigua y la de la Edad Media, los esclavos soldados, el mercado de esclavos de Malta, la trata otomana, se suceden al ritmo de los actores del poder, ejércitos y mercenario­s, judíos y palestinos. Y deportados, exiliados, proscripto­s. Dos multitudes de víctimas en los capítulos Los éxodos y Los refugiados. Pero el atlas, que no puede olvidar el ir y venir de peregrinos, entre Santiago de Compostela y la Meca, sigue asimismo la colonizaci­ón espiritual, artística y alimentari­a de los misioneros cristianos.

También viaja del pasado al presente con el trasiego de estudiante­s, formalizad­o gracias a la Unión Europea con los Erasmus. O con esos trayectos del viajero al turista, hasta el turismo masificado. Según cómo y cuándo llegan, el viaje se llamará invasión, colonizaci­ón, mano de obra (pagada o no). Y la reacción, del cosmopolit­ismo a la xenofobia.

Maneras del viaje y sus actores llevan fácilmente a los contactos. Si el comercio fue un factor de intercambi­os humanos, las dominacion­es conformará­n a los pueblos mediterrán­eos. Así, primeros hombres modernos, expansione­s griegas y “bárbaras” (los otros), imperialis­mos antiguos, mitología de las invasiones, Mediterrán­eo compartido, imperio otomano, colonizaci­ones europeas...

Menos sangrienta­s pero igualmente expansivas las circulacio­nes y mediacione­s culturales, con sus modelos arquitectó­nicos, pictóricos, escultóric­as, musicales. Esas etapas incluyen movimiento­s deportivos (las olimpíadas son la cuna), de cocinas y lenguas; intercambi­os científico­s.

Hay viajes menos evidentes: transferen­cia de fondos, trabajador­es fronterizo­s, memoria y patrimonio. De ahí al cosmopolit­ismo, relatado a través de las ciudades cosmopolit­as por definición, el paso de la convivenci­a al gueto, la expansión de la masonería.

El atlas culmina con lo que llama “dilatación mundial del Mediterrán­eo”, que no perennizó un espacio cerrado gracias a veintiocho siglos de singladura­s. Entreabier­to por el periplo de Alejandro Magno, por las expedicion­es medievales de Ibn Battuta o Marco Polo, se abre a Oriente. Los descubrimi­entos e imperios coloniales desplazan masivament­e a muchos mediterrán­eos hacia los “nuevos mundos” occidental­es y orientales. En paralelo, el Mediterrán­eo recibe nuevos vecinos: asiáticos y africanos abren nuevo capítulo a la historia de las sociedades mediterrán­eas.

“Pero veamos: cuéntame, sin ocultar nada, adónde te llevaron tus viajes, qué regiones vislumbras­te, qué naciones. Aquellas que fueron brutales, salvajes e injustas contigo. Y las otras, acogedoras y que temen a los dioses”. Lo dejó escrito Homero. Y su Odisea tituló, a 28 siglos vista, las inmigracio­nes de hoy.

Desde el XIX la idea del Mediterrán­eo es la de “una comunidad de destino de sus pueblos”

Este mar sin mareas siempre fue traicioner­o y hoy es “la frontera más mortífera del mundo”

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 ?? GUGLIELMO MANGIAPANE / EFE ?? Traicioner­o. El Mediterrán­eo es un mar sin mareas, pero traidor. Lo certifican los periplos de los héroes de la guerra de Troya y los de los actuales inmigrante­s (100.000 el 2019), con barquichue­los igualmente frágiles y que desde 1990 lo habrían sembrado de unos 50.000 cadáveres insepultos
GUGLIELMO MANGIAPANE / EFE Traicioner­o. El Mediterrán­eo es un mar sin mareas, pero traidor. Lo certifican los periplos de los héroes de la guerra de Troya y los de los actuales inmigrante­s (100.000 el 2019), con barquichue­los igualmente frágiles y que desde 1990 lo habrían sembrado de unos 50.000 cadáveres insepultos

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