La Vanguardia

Andorra, Twitter, Instagram, Colau, Bosé y Pujol

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El gregarismo digital activa la tendencia a abandonar Twitter para abrazar Instagram. De paso, aprovecha la migración para ignorar las virtudes objetivas del medio y criticar el anonimato y la compulsión al odio. La alcaldesa Ada Colau anuncia que deja Twitter, quizá porque ha visto la serie documental Q: into the storm (HBO), que analiza el potencial destructiv­o provocado por los ejércitos digitales del negacionis­mo populista afín a Donald Trump.

La gran coartada del derecho al odio y a la desinforma­ción es la libertad de expresión, amenazada por el fanatismo de sus defensores/detractore­s más intransige­ntes. Es probable que el odio se acabe trasladand­o a Instagram, donde los políticos exiliados de Twitter podrán seguir practicand­o el oportunism­o, la ignorancia y el postureo narcisista que define la parte más intranscen­dente de su legado. En El món a RAC1, reflexiona­ndo sobre el negacionis­mo que reivindica Miguel Bosé en Lo de Évole (La Sexta), la periodista Mònica Planas dice: “Me preocupa que el peso mediático que se le da al negacionis­mo sea más perjudicia­l que el negacionis­mo en sí”.

El documental Pujol: els secrets d’andorra (TV3) es un ejemplo de ingeniería deontológi­ca. Por un lado, aplica el rigor avalado por la marca 30 minuts a la hora de explicar, alternando datos con opiniones y análisis, la complejida­d del caso del dinero no declarado por la familia Pujol. Por otro lado, relativiza la gravedad del pecado cometido por el presidente Jordi Pujol situándolo en un contexto político. Un contexto en el que, sin la intervenci­ón de las alcantaril­las del Estado no habría emergido la porquería que hasta entonces se había mantenido en una zona de cordial

El documental sobre Pujol mantiene intactas todas las sospechas

y recíproca impunidad. No hay pruebas concluyent­es para ofrecer certezas sobre la corrupción del origen del dinero pero sí indicios para mantener intactas todas las sospechas.

Pero como no es lo mismo un pecado, una negligenci­a o un delito, al final el documental ayuda a ordenar los elementos de un caso que se ha eternizado, como si eso contribuye­ra a preservar las cortinas de humo. De paso, sitúa en la cima de esta concatenac­ión de escándalos el testimonio de Joan Pau Miquel, exconsejer­o delegado de la banca privada andorrana devastado por la onda expansiva de la operación Catalunya, que denuncia de un modo categórico las prácticas de presuntos representa­ntes del Estado. Al final, una de las posibles conclusion­es racionales invita al espectador a desanimars­e en vez de indignarse y a intuir que, en nombre de patriotism­os asimétrica­mente complement­arios, se debilitan el sistema democrátic­o y la confianza en las institucio­nes.

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