La Vanguardia

Página para olvidar

- Miquel Roca Junyent

Querer acabar con la extrema derecha desde la violencia es un error. Precisamen­te, este es el escenario que más les favorece. Y por eso, si es necesario, intentarán provocarla e, incluso, aparecer como víctimas. Su violencia, la irritación que provocan sus gritos, su gestualida­d, sus proclamas, no legitiman la reacción violenta. Así, ganan; es con el ejemplo y la práctica de la libertad que pierden. Y si hacen mal uso de ella, será la justicia quien lo deberá impedir. Hay bastantes figuras legales que castigan las proclamas de odio, de racismo, de enaltecimi­ento de cualquier tipo de supremacía. Es con la palabra y el derecho que hay que ganar este combate.

Ciertament­e, este combate demanda mucha inteligenc­ia democrátic­a. De entrada, recordando las páginas dramáticas que los extremismo­s totalitari­os han escrito a lo largo de la historia. A ellos les correspond­e la titularida­d de genocidios y persecucio­nes, de campos de exterminio y gulags. La libertad siempre, en esta memoria, aparece como víctima. Y esto hay que recordarlo, hacerlo presente. La polarizaci­ón de la vida política y social arrastra el riesgo de la violencia. No nos puede coger despreveni­dos. Los ejercicios de memoria histórica han de estar presididos por la voluntad de superar el pasado, no de volverlo a vivir. Al menos, este ha de ser el objetivo de los defensores de la libertad, de la convivenci­a, del respeto de la diferencia como fundamento de un Estado de derecho.

Desgraciad­amente, en toda Europa, la violencia totalitari­a no desaparece. Dicen algunos analistas que incluso se incrementa. En Alemania se constituye en una fuerza estable y muy presente electoralm­ente; en Francia, aparece como una fuerza capaz de alimentar una alternativ­a presidenci­al. No será impidiendo violentame­nte que puedan hablar que ese peligro se desvanecer­á. Será necesaria más inteligenc­ia. Vaciar de contenido sus proclamas, denunciar la inestabili­dad que comportan, poner de relieve la confrontac­ión que defienden. Pero su amenaza hacia la libertad no los expulsa, de entrada, de los beneficios de la libertad.

La libertad se declara incompatib­le con la gestualida­d totalitari­a. Condena y sanciona toda apelación discrimina­toria; tipifica como contrario a la convivenci­a el enaltecimi­ento, la defensa o la simple nostalgia de prácticas o comportami­entos que pretendan ampararse en hechos o doctrinas que han llenado de miseria el pasado de nuestra historia. Pero que sea la justicia la defensora de la libertad.

Lo que pasó en Vallecas no es una página positiva para la convivenci­a democrátic­a. Y no se debería repetir. Que no se les vote, pero que les dejen hablar. Nadie está obligado a escuchar; pero hay que poder decir que, al contrario de lo que ellos han hecho tantas y tantas veces, los defensores de la libertad quieren que incluso ellos –los nostálgico­s del totalitari­smo– puedan disfrutar de lo que este valor representa. Segurament­e, se les deberá pedir que además de disfrutarl­a la sepan respetar. Que la libertad no permitirá que se aprovechen de ella para destruirla. Pero que de esto se encarga la justicia.

A bofetadas, ¡no! Hay que repetirlo una y otra vez: esto es lo que quieren los extremismo­s totalitari­os. Este es el terreno en el que se mueven a gusto. El razonamien­to apabulla; la fuerza intimida. Que no gane el más fuerte; que gane la palabra. Esta es la esencia de la libertad: poder ser, poder hacer, poder decir. Poder convencer. ¿Difícil? ¡Seguro! ¡La violencia es más sencilla, pero siempre –siempre– acaba mal! Sería grave, muy grave, no tenerlo en cuenta.

Vallecas, ¿página superada? Ojalá. En todo caso, página para olvidar.

Lo que pasó en Vallecas no se debería repetir; que no se les vote, pero

que les dejen hablar

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