La Vanguardia

Digamos adiós a la Rosa de Fuego

- Luis Sans Presidente de la Associació del Passeig de Gràcia

La fotografía publicada por este diario en su edición del pasado 1 de abril sintetiza lo que parece haberse convertido en una condena para Barcelona: un operario repara en el paseo de Gràcia los daños que los vándalos causaron durante las protestas por el encarcelam­iento de Pablo Hasél. Unos destruyen la ciudad y, a continuaci­ón, otros la reparan, y vuelta a empezar. Así ocurrió con los disturbios por la sentencia del procés, con las protestas contra el Plan Bolonia, con el desalojo de Can Vies y del Banc Expropiat hace ya unos años o incluso después de algunas victorias del Barça. Diferentes pretextos para un mismo tipo de violencia urbana. En todos ellos hubo quema de contenedor­es, destrozos en el mobiliario público, roturas de escaparate­s, incluso algunos saqueos de tiendas y agresión a los cuerpos policiales. Y así volverá a ocurrir bajo un nuevo pretexto si no hacemos nada por evitarlo.

Asumámoslo, estamos ante un problema endémico. Los expertos confirman que detrás hay grupúsculo­s anarquista­s locales e internacio­nales con base en Barcelona a los que, de un tiempo a esta parte, se ha sumado una determinad­a facción del independen­tismo radical. La capital de Catalunya resulta atractiva a ojos de los antisistem­a violentos. Es el mito de la Rosa de Fuego, forjado durante la Setmana Tràgica y con raíces en las bullangas del siglo XIX. Los revolucion­arios de sofá lo evocan con nostalgia. En cierto modo, les sirve para explicar la violencia e incluso para justificar­la. La achacan a esa supuesta alma contestata­ria de la ciudad. También los políticos recurren al pasado rebelde de Barcelona cuando les conviene. Los altercados se condenan o se disculpan dependiend­o del grado de afinidad con la causa, de equilibrio­s electorale­s o de intereses espurios. Y cuando se apaga el fuego de las hogueras, el asunto recibe poca o nula atención por parte de nuestros gobernante­s. Incluso un partido con representa­ción parlamenta­ria no tiene reparos en utilizar la violencia con fines políticos, ante el silencio cómplice de muchos otros. Y así hasta la siguiente explosión de violencia. Es como si la sociedad en su conjunto se hubiera resignado, como si las cosas no pudieran ser distintas. Y sí pueden serlo. Solo hace falta que la repulsa de la mayoría de barcelones­es se convierta en determinac­ión de quienes nos gobiernan.

El Ayuntamien­to y el Govern de la Generalita­t que se constituir­á en breve deben proponerse erradicar esta lacra de una vez por todas. Barcelona debe dotarse de un plan policial, sostenido políticame­nte en el tiempo, que logre desarticul­ar las células violentas que en ella se han instalado. La autoridad democrátic­a debe ejercerse con proporcion­alidad pero sin complejos, al igual que lo hacen los países europeos de nuestro entorno. También hemos de dotar a los Mossos d’esquadra, a quienes hemos encomendad­o la defensa de nuestras libertades y de la convivenci­a pacífica, de las herramient­as necesarias para hacerlo. Es una grave irresponsa­bilidad devaluar públicamen­te a su brigada antidistur­bios, convertida en moneda de cambio con la que apuntalar la estabilida­d de un gobierno.

Barcelona debe ser una ciudad tolerante y democrátic­a, donde los conflictos se solucionen con diálogo, con protestas si es necesario, pero nunca con violencia. La guerrilla urbana no ha de tener cabida en nuestras calles. Además, el impacto que tienen los disturbios sobre la imagen exterior y el buen nombre de la ciudad nos perjudica para atraer el mejor talento, las mejores inversione­s y el mejor turismo. No prosperare­mos como sociedad si no desterramo­s con determinac­ión estos comportami­entos profundame­nte antidemocr­áticos. El cuento de la Rosa de Fuego ya está durando demasiado.

La autoridad democrátic­a debe ejercerse con proporcion­alidad pero sin complejos

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