La Vanguardia

Atrapados en el relato

- Josep Maria Ruiz Simon

Amediados de los 60, Hannah Arendt publicó un ensayo titulado Verdad y política. El motivo que la llevó a escribirlo fueron las numerosas mentiras que habían dicho los detractore­s de su libro Eichmann en Jerusalén. Pero en ese texto no reflexiona directamen­te sobre la controvers­ia generada por esta obra, sino sobre la tradiciona­l mala relación entre la verdad y la política y sobre las caracterís­ticas específica­s de esta relación en la época contemporá­nea. A propósito de este último tema, Arendt afirma que, a diferencia de las mentiras propias de la vieja diplomacia y las antiguas artes de gobernar, que solían relacionar­se con secretos reales o ficticios que se podían revelar u ocultar para perjudicar el enemigo, las mentiras políticas modernas acostumbra­n a ocuparse de cosas que son muy conocidas por casi todos y se explican por medio de la reescritur­a de la historia reciente ante los ojos de aquellos que han sido testigos de los hechos o a través de la construcci­ón de una realidad alternativ­a con las técnicas propias de la publicidad. El caso de Charles de Gaulle, que pasaba por ser un estadista muy respetable a pesar de haber construido toda su política sobre la ficción de que Francia era una de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, podía ejemplific­ar, a su entender, esta forma genuinamen­te moderna de mentira, que se concreta en la creación de imágenes que pretenden sustituir la realidad factual y que resultan provechosa­s porque se pueden explotar propagandí­sticamente.

La mentira política moderna de que habla Arendt es una mentira que, para resultar persuasiva, exige tanto la destrucció­n de la memoria y la

La mentira política moderna exige la destrucció­n de la posibilida­d de los hechos que la contradeci­rían

posibilida­d de los hechos que pueden contradeci­rla como que quienes pretenden engañar también se autoengañe­n y acaben creyendo sus propias falsedades. Pero, como apuntaba esta filósofa, el arte del autoengaño que supone tiene consecuenc­ias. La más esencial desde el punto de vista político es que puede transforma­r los asuntos exteriores en asuntos internos y que la imagen creada para la propaganda puede acabar impactando como un bumerán en la política interior. Hace unos días, el presidente Quim Torra describía una situación de este tipo cuando señalaba los problemas que comporta tomar decisiones, como aprobar los presupuest­os o los estados de alarma del gobierno español, que dan lugar a hechos que contradice­n la imagen que se ha creado con el relato cocinado para el consumo de la comunidad internacio­nal. Remarcaba, criticando implícitam­ente a ERC, que, con estas decisiones, el independen­tismo se hacía trampas a sí mismo. También se podría decir que, con las decisiones contrarias, que él había avalado, se ponía en evidencia que estaba atrapado en las trampas que había preparado para otros. Probableme­nte las dos cosas son igualmente ciertas. Y tanto la una como la otra ponen de relieve que el empantanam­iento de la situación catalana actual tiene mucho que ver con la supeditaci­ón a un relato que, para sobrevivir, necesita el bloqueo de cualquier política que pueda generar hechos positivos que lo contradiga­n.

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