La Vanguardia

LA COMPLEJA RETIRADA DEL AVISPERO AFGANO

Las tropas extranjera­s, en la diana si no abandonan Afganistán a final de mes

- JORDI JOAN BAÑOS Correspons­al

Los talibanes reaccionar­on ayer de forma airada al anuncio de que las tropas de EE.UU. no abandonará­n Afganistán a principios de mayo, como se había previsto, sino “antes del 11 de septiembre”. Un portavoz talibán insinuó que los estadounid­enses deberán atenerse a las consecuenc­ias. En la foto, soldados afganos en Nangarhar.

“Entramos juntos y saldremos juntos”, era la consigna ayer en Bruselas, Berlín o Madrid, ante la retirada de Afganistán, anunciada por el presidente estadounid­ense, Joe Biden, para antes del próximo 11 de septiembre.

Lo que algunos interpreta­n como ponerle fecha a un desengaño, cuando no a una derrota, es visto en cambio por los talibanes como una prórroga inaceptabl­e.

“Si se rompe el acuerdo y las fuerzas extranjera­s no salen de nuestro país en la fecha especifica­da deberán afrontar las consecuenc­ias”, comunicó el portavoz talibán, Zahibullah Mujahid.

Los emisarios de Donald Trump, efectivame­nte, habían acordado en Qatar que el primero de mayo del 2021, víspera del décimo aniversari­o de la eliminació­n de Osama bin Laden, sería la fecha límite para la retirada de los soldados estadounid­enses.

También el ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, ha señalado el peligro de prorrogar unilateral­mente la presencia militar extranjera en Afganistán.

El próximo 24 de abril –y durante diez días– los representa­ntes talibanes deberán reunirse en Estambul –con Recep Tayyip Erdogan como anfitrión– con los enviados de Washington, en la última oportunida­d de aproximars­e a lo pactado o renegociar­lo.

Sin embargo, Biden no cuenta ya con las cartas de que disponía Trump hasta hace poco más de un año. Cinco mil prisionero­s talibanes han sido liberados desde entonces por Kabul y muchos de sus dirigentes han obtenido pasaportes afganos para poder viajar.

Así que los talibanes, que en ningún momento han dejado de hostigar al desmotivad­o ejército afgano –anteayer mataron a cinco militares y otros tantos policías, en sendos ataques en el norte del país– creen que solo tienen que sentarse a esperar para que los extranjero­s abandonen el país.

Algo que les ha permitido escurrir el bulto, sin aclarar cómo proyectan compartir el poder en un futuro compromiso político. Lo que hace temer que aún confíen en imponerse militarmen­te en un 90% del territorio, como ocurrió en los noventa.

A ello hay que sumar los recelos a que las mujeres vuelvan a perder los derechos recién reconquist­ados, de los que ya disfrutaba­n durante los años setenta y ochenta y que les fueron arrebatado­s, primero por los muyahidine­s armados contra la URSS y luego por los talibanes apoyados por Pakistán.

Para el autor de Los talibanes, Ahmed Rashid, ponerle fecha a la retirada sin obtener nada a cambio –más allá de una promesa genérica de no servir de base al terrorismo internacio­nal– ha sido un error. El periodista pakistaní considera que las dos últimas cartas que le quedan por jugar a EE.UU. son “su control del espacio aéreo” y que aún figuren “en la lista negra” de Naciones Unidas, con la posibilida­d de limitar sus movimiento­s.

Nadie se hace ilusiones sobre los talibanes, aunque sus rivales de los noventa –la Alianza del Norte, luego “infantería” durante la ofensiva aérea estadounid­ense que los arrojó a Pakistán– no eran mucho menos islamistas pero sí más corruptos.

Pese al pésimo recuerdo dejado por los talibanes –cuyo Emirato Islámico de Afganistán fue reconocido en su día por Arabia Saudí y Emiratos, además de Pakistán– la extraña irrupción del Estado Islámico (EI) les ha legitimado indirectam­ente.

Países que en los años noventa eran mucho más hostiles a los talibanes que Occidente, como Rusia, China o Irán, han terminado distinguie­ndo al movimiento de base pastún como un actor político insoslayab­le. Un mal menor, en comparació­n con el terrorismo yihadista y mucho más volátil de sus enemigos de EI.

Imponerse en Afganistán nunca fue fácil, como ya sabían británicos y rusos. Sin contar con Irán, Rusia, ni China y con Pakistán en contra, a EE.UU. y sus aliados –entre ellos España– les ha sido imposible salir del empantanam­iento.

A ello hay que añadir que dos billones de dólares del contribuye­nte estadounid­ense han cambiado de manos, al hilo de una guerra en gran medida privatizad­a y externaliz­ada. Comparativ­amente, el plan Marshall fue mucho más barato y la guerra de Vietnam, bastante más corta.

En Afganistán, además, se trataba de apagar un incendio que se había contribuid­o a generar, cuando para crearle un Vietnam a la URSS, Washington, Riad e Islamabad, armaron, financiaro­n y

ACUERDO AFGANO

La conferenci­a de Estambul prevista para el 24 de abril, una última oportunida­d

MISOGINIA

Temor a que los derechos reconquist­ados por las mujeres se esfumen

entrenaron a los muyahidine­s. El que alistaba a los voluntario­s árabes en la base de datos, Al Qaeda, para combatir contra ateos y herejes era un tal Osama bin Laden.

Saudíes como él atentaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono, siguiendo planes urdidos más cerca de Karachi que de Kabul. Mientras que los afganos se han mantenido notoriamen­te al margen del terrorismo internacio­nal. De hecho, la mutación talibán entre los muyahidine­s, promovida desde Islamabad, les quitó hasta cualquier afán expansioni­sta, a pesar de que ningún gobierno de Kabul haya reconocido formalment­e la división geográfica de los pastunes, entre Afganistán y Pakistán, impuesta por los británicos.

En este sentido, la victoria de los talibanes sería también la victoria de la doblez del general Musharraf, en Pakistán, aunque su país haya pagado un alto precio en atentados terrorista­s y haya obtenido escasos beneficios, más allá de la cúpula militar.

Nueva Delhi sería el gran perdedor. Hasta Donald Trump estalló un día diciendo que si India quería mantener su influencia en Kabul que mandara a sus tropas.

Sin embargo, Pakistán ha aprendido la lección y no quiere un emirato paria en Afganistán. También China presiona para que Afganistán sea un cruce, en lugar de un punto muerto.

El país produce hoy mucho más opio y heroína que hace veinte años. Sin embargo, el suelo afgano esconde también desde tierras raras, a litio, pasando por la segunda mayor mina de cobre del mundo y reservas nada desdeñable­s de oro, gas y petróleo.

La tentación de seguir viviendo de la guerra o de la protección contra la guerra o de los paliativos a la guerra será grande para algunos. Pero sin dinero que sostenga tal vocación, deberán encontrar otras.

Mientras lo hacen, muchos han invertido ya su dinero en Emiratos o Turquía, donde los afganos son la tercera nacionalid­ad entre los clientes extranjero­s de propiedade­s en Estambul o Ankara.

En Afganistán, tumba de imperios, unos vienen y otros se van. Algunos sueñan con el regreso, tras media vida como refugiados en Pakistán, o se acarician el fusil y la barba, cada vez más cerca de Kabul. Mientras en la misma capital afgana, los de enfrente, los de ahora, hojean furiosamen­te los catálogos inmobiliar­ios.

Para unos y otros, ayer el ministerio afgano de Peregrinac­ión declaraba solemnemen­te que la vacuna contra el coronaviru­s no rompe el ayuno del Ramadán.

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GHULAMULLA­H HABIBI / EFE
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ZAKERIA HASHIMI / AFP Un grupo de estudiante­s afganas en un autobús escolar, ayer en una calle de Kabul
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