La Vanguardia

Lo mismo da que da lo mismo

- Susana Quadrado

Hace unos días pasó desapercib­ida una noticia que hubiera merecido más atención, minutos de tertulia. Aparecía en el titular que la agencia de protección de datos ha dado su visto bueno a que los profesores obliguen a sus alumnos a mantener la cámara abierta durante las clases online. Hay que garantizar el “interés público” por aprender, razonaban los centinelas de la privacidad. Se ve que dejar tu imagen congelada en pantalla por Google Teams mientras tú estás a otra cosa se ha convertido en todo un arte de hacer novillos.

Traslado el asunto a un amigo que es profesor de universida­d. Me cuenta:

–Si ya resulta complicado que retengan la atención online, imagina lo difícil que es llegar a quien no le importa nada lo que explicas.

Entiendo un poco mejor su frustració­n a medida que me va contando lo harto que está de observar un escaqueo en sus clases por parte de algunos estudiante­s que, en el mejor de los casos, no despegan la vista del móvil o, en el peor, dejan en negro la pantalla. Como en la parábola de la buena semilla, que no brota ni da fruto en cualquier terreno. A sus pupilos, prosigue, les faltan compromiso y curiosidad y les sobra arrogancia: la que supone dar por hecho que su educación es un derecho adquirido, y el pensamient­o crítico, hacer un corte y pega de Wikipedia.

–Es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más. Mi amigo ha estado a un tris de colgar los hábitos en esta pandemia, pero resiste. “Merecen saber”. Otros se han rendido: primero desistiero­n de despertar la curiosidad de sus alumnos; luego, dejaron de corregirle­s. Una entonces ve que la culpa no es únicamente de los jóvenes. El desinterés no les nació solo, sino que fue matando el interés cada profesor que consideró que para qué el esfuerzo si todo da lo mismo.

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