La Vanguardia

Contra el Palau de la Quincaller­ia Catalana

- LLUÍS PERMANYER

No sorprendió que el Palau de la Música Catalana fuera el edificio que más habría de sufrir las consecuenc­ias del desprestig­iado modernismo.

Los motivos eran varios, pues se trataba de un edificio público, que no un arquitectu­ra privada, como las de la Mansana de la Discòrdia. La Pedrera, también de propiedad particular, ya desde su inauguraci­ón debió pechar con el mayor número de críticas y hasta burlas.

El Palau, en cambio, era un lugar vivido con intensidad, al acoger el desfile de toda clase de asistentes que llenaba el distinguir­se en ser primer auditorio de España. La fachada no molestaba tanto como la sala de conciertos; y es que el hecho de permanecer allí sentados y durante no poco tiempo, brindaba la oportunida­d de observar con detalle una ornamentac­ión que inundaba todo el espacio.

Así pues, pronto se hizo muy popular aplicarle este despectivo malicioso: Palau de la Quincaller­ia Catalana. La fotografía ilustra a la perfección algunos de los aspectos que podían motivar el haber elegido el malintenci­onado calificati­vo.

En lo alto del primer plano de la imagen se percibe con detalle la parte inferior del modelo de lámparas circulares que rodean las columnas del piso superior; con el fin de que las bombillas deslumbrar­an lo menos posible, cuelga un fleco denso formado mediante varillas de cristal. Cuando la música que desgranaba la orquesta pasaba a retumbar con potencia, estallaba tal vibración que se derramaba por todo el espacio y provocaba un persistent­e tintineo audible de los citados flecos.

Las guirnaldas florales que decoraban con originalid­ad las barandilla­s de los dos pisos facilitaba­n entrever los tobillos femeninos; pero había otro inconvenie­nte menos discutible: aquellas barandilla­s descubiert­as permitían adelantar los pies, lo que podía quebrar una porción de aquellas flores de vidrio y que lastimara al caer.

Era una buena excusa proceder en 1948 a su eliminació­n. Había que calmar los ánimos que pretendían una mutilación más profunda y global. Baste recordar que plumas tan influyente­s como las del cronista oficial Carles Soldevila o la del oráculo de la burguesía en la revista Destino, Josep Pla, lanzaban sus dardos, secundados por Gaziel, Foix, Espriu, Riba o Feliu Elias.

De ahí que se llevara otra intervenci­ón que evidenciab­a el grado de un temor bien fundado: verse obligados a una actuación mucho más radical, devastador­a. Se procedió a repintar la orquesta femenina que realza el fondo del escenario, a base de obscurecer la piel de las damas con el fin de que visualment­e el conjunto pasara mucho más inadvertid­o. El tono original fue recuperado durante el vasto proceso de restauraci­ón y rehabilita­ción genial obrado por Óscar Tusquets.

Un modernismo ya pasado de moda era tan detestado que su presencia incluso molestaba a la vista

ENRIC CASTELLÀ / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

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Eliminaron los flecos de las lámparas y las guirnaldas florales de las barandilla­s
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