Contra el Palau de la Quincalleria Catalana
No sorprendió que el Palau de la Música Catalana fuera el edificio que más habría de sufrir las consecuencias del desprestigiado modernismo.
Los motivos eran varios, pues se trataba de un edificio público, que no un arquitectura privada, como las de la Mansana de la Discòrdia. La Pedrera, también de propiedad particular, ya desde su inauguración debió pechar con el mayor número de críticas y hasta burlas.
El Palau, en cambio, era un lugar vivido con intensidad, al acoger el desfile de toda clase de asistentes que llenaba el distinguirse en ser primer auditorio de España. La fachada no molestaba tanto como la sala de conciertos; y es que el hecho de permanecer allí sentados y durante no poco tiempo, brindaba la oportunidad de observar con detalle una ornamentación que inundaba todo el espacio.
Así pues, pronto se hizo muy popular aplicarle este despectivo malicioso: Palau de la Quincalleria Catalana. La fotografía ilustra a la perfección algunos de los aspectos que podían motivar el haber elegido el malintencionado calificativo.
En lo alto del primer plano de la imagen se percibe con detalle la parte inferior del modelo de lámparas circulares que rodean las columnas del piso superior; con el fin de que las bombillas deslumbraran lo menos posible, cuelga un fleco denso formado mediante varillas de cristal. Cuando la música que desgranaba la orquesta pasaba a retumbar con potencia, estallaba tal vibración que se derramaba por todo el espacio y provocaba un persistente tintineo audible de los citados flecos.
Las guirnaldas florales que decoraban con originalidad las barandillas de los dos pisos facilitaban entrever los tobillos femeninos; pero había otro inconveniente menos discutible: aquellas barandillas descubiertas permitían adelantar los pies, lo que podía quebrar una porción de aquellas flores de vidrio y que lastimara al caer.
Era una buena excusa proceder en 1948 a su eliminación. Había que calmar los ánimos que pretendían una mutilación más profunda y global. Baste recordar que plumas tan influyentes como las del cronista oficial Carles Soldevila o la del oráculo de la burguesía en la revista Destino, Josep Pla, lanzaban sus dardos, secundados por Gaziel, Foix, Espriu, Riba o Feliu Elias.
De ahí que se llevara otra intervención que evidenciaba el grado de un temor bien fundado: verse obligados a una actuación mucho más radical, devastadora. Se procedió a repintar la orquesta femenina que realza el fondo del escenario, a base de obscurecer la piel de las damas con el fin de que visualmente el conjunto pasara mucho más inadvertido. El tono original fue recuperado durante el vasto proceso de restauración y rehabilitación genial obrado por Óscar Tusquets.
Un modernismo ya pasado de moda era tan detestado que su presencia incluso molestaba a la vista
ENRIC CASTELLÀ / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA